Como no había terminado sus estudios, era imperativo que rápidamente buscara una ocupación y entrara en el mundo del trabajo. En ese momento intervino su adorable tío Cent. El hermano más grande Theodorus había abierto de joven un negocio de artículos para pintores en la Haya. El negocio crecía hasta convertirse en una galería de arte, entre las más importantes de Holanda. El tío Cent ahora vivía en el campo, en Princenhage, y pasaba los inviernos en Mentón, en la Riviera francesa. Durante los veranos, le gustaba pasar los domingos con los hijos de su hermano pastor, les traía regalos, frutos y dulces y les brindaba su más sincero apoyo.
Preocupado por el futuro de Vincent, el tío Cent convenció a Theodorus y a Anna de que su hijo siguiera el camino que lo había convertido a él en un marchand rico y respetado. Acababa de vender su negocio a la empresa Goupil & Co de París, y prometió interceder ante ellos para conseguirle un empleo a su sobrino. Justo en ese momento había un puesto vacante en la sucursal de la compañía en La Haya y, si Vincent estaba de acuerdo, podía ir allí de inmediato y trabajar bajo el ala protectora del director, Herr Tersteeg. Vincent dio ese paso en 1869.
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Vincent pasó cuatro años en La Haya. Fueron años felices, en una ciudad que lo fascinaba, le devolvió la calma y permitió dedicarse a un profesión apasionante. Vincent parecía ir camino de convertirse en un hombre.
No había nada fortuito en todo esto. Los propósitos serios y el trabajo duro ayudaron a calmar sus furias juveniles, sus dolores de cabeza, las ansiedades y los silencios imprevistos. En La Haya, Vincent encontró una paz interior que se traslucía en sus hábitos y en su manera de actuar, y pareció encontrar una vida nueva en la belleza que lo seducía a cada paso: el patio del Binnenhof que dominaba el Vijver, el Mauritshis de estilo Palladiano, el Buitenhof, el Groote Kerk, el Gemmentemuseum, el Nieuwe Kerk, el Lange-Voorhout, el Palais der Konig y la Koninklijke Bibliotheek.
