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Cuando tuve edad de ir a la escuela me zamparon primero en una de ambos sexos, de que era directora doña, Asunción, ¡ qué fea, y qué hosca, y qué ordinaria era esta doña, Asunción!, y luego en otra de varones, que regentaba un alemán en la calle de Chacabuco, en una casa que todavía existe y ante la cual no pasaba yo sin emoción, cuando pasar podía, aún. Pues, lo mismo en la escuela de doña Asunción que en la del alemán bajito, rosado y manso, para quien era yo el modelo vivo de la aplicación y de la buena conducta, sufrir de las bromas y maldades de los compañeros al igual que en casa con mis hermanas. Yo había de pagar siempre el pato de las travesuras ajenas, mis lecciones y deberes servían para los desaplicados, de mi merienda comían muchos y yo la menor porción, y en tocando a repartir golpes me cala encima la peor parte. Como no trato de darme lustre y sí únicamente decir la verdad, aunque sea en contra mía, confesaré que yo no tenia talento; mi inteligencia ha sido siempre medianeja, pero con la mecánica del estudio suplía lo que me faltaba de cacumen, de modo que no es maravilla sacar en todas las asignaturas la calificación de bueno, adjetivo que he llevado perdurablemente de sambenito.

Por bueno me odiaban mis compañeros y apartábanme de sus juegos, como apestado. Era yo el pollo intruso en el corral, que la turba gallinácea mira con desconfianza, acosa al primer descuido y maltrata cobardemente. Como no me prestaba a decir mentiras, ni a cometer actos de indisciplina, y guardaba compostura y medía las palabras Y en todo era irreprochable, me tenían grande aborrecimiento. Yo me consumía de tristeza viéndome aislado, y he llorado más por ser bueno que si hubiera nacido malo y mis maldades me acarrearan el merecido castigo. Porque de haber sido malo como los demás, o menos bueno de lo que era habría compartido sus alegrías infantiles y no lo hubiera pasado en las horas de recreo sentadito en el umbral de aquel patio lóbrego contemplando melancólico cómo retozaban y cuán felices parecían los diablillos, sólo por el privilegio de serlo.

 
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