Muchas veces oí decir en casa que cuando yo nací
parecía un gato mal parido. Nací tan encanijado, pellejudo y
menesteroso, que mi padre no daba un real por mi vida. Envuelto, en bayetas
amarillas me mantenían al calor de un brasero, y por gotas tenía
la negra Marica que darme a gustar, la riqueza de sus ubres, reventonas de puro
repletas y bastantes a criar cuatro mostrencos. Pero enfermizo y
raquítico, no era llorón como todos los que así salen, sino
que apuntó en mí desde el nacer la cualidad fatal de bondadoso, y
aunque me zarandeasen, me molieran y estrujaran, no chistaba ; por dejar de
llorar, dejaba de mamar muchas horas, y lo mismo en el regazo, que en la cuna me
estaba tan quietecito, ya durmiendo, ya mirando al espacio, embebecido.
Creo yo que el exceso de buenas cualidades, sin mezcla de
humana arcilla en la proporción suficiente para que guarde equilibrio el
espíritu, es perjudicial para andar codeándose con la caterva de
Adán. Los santos bien están en los altares; los don Perfectos que
no llegan a santos y son peco más que hombres, que no tocan al cielo ni a
la tierra y están como suspendidos entre la tierra y el cielo, rechazados
de arriba por lo que les queda de hombre y de abajo, por lo que les sobra de
santo, no son carne ni pescado, son seres desgraciadísimos como todos los
que no encajan dentro de los límites de una clasificación cerrada.
No sé si me explico, pero ya he dicho que carezco de letras, y la
filosofía. que de mi relato se desprenda, ha de ser la propia y natural
de los hechos mismos, no la que yo intentare exprimir por mano, propia.