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Estaba de buena veta, don Aquiles aquel día, o pensó que le convenía servirse de mí ; la amenaza del entrecejo se fundió en una sonrisa paternal, y acariciándome la barba, me dijo:

-Bueno, yo verá a las señoritas de Ríquez y me enteraré bien de lo que ha pasado. Entretanto te quedas aquí, y si las señoritas de Ríquez lo consienten, serás mi dependiente, aprenderás el comercio, dormirás aquí en un cuarto contiguo al de Salustiano, porque en mi casa no tengo sitio, comerás conmigo al mediodía y cenarás en la pensión de Salustiano, o donde te de la gana. En verdad que me hacía falta un dependiente finito como tú. Salustiano es un bestia. Apruebo, hijo, tu resolución y tu desinterés: si no eres rico, tienes lo suficiente, para meterte las manos en los bolsillos y echarte panza arriba. Pues no, quieres trabajar, hacerte hombre. Ya sé, ya sé que eres un chico modelo, respetuoso, tranquilo, serio, excelentísimo, la flor de los muchachos habidos y por haber...

¡Ay!, por esto mismo me asignó muy corta paga me dio una habitación que nada tenía que envidiar al altillo fraternal, y abusó luego de mí mansedumbre, como todos. Mientras él hablaba miraba yo con disimulo una mesa del extremo con platos rebañados, cortezas de pan y botella vacía, comprobando tristemente que la hambruna del patrón y del mozo habían hecho pasto allí a mansalva.. No me atreví a decir que estaba yo sin probar gota desde la víspera; seguíle para ver la nueva habitación, que era como un desván y recibía, la luz de un patio húmedo y sucio, asegurándome él que una vez limpia, y con mis muebles, que traería, si no se oponían mis hermanas, parecería un salón de Palermo. Volvimos a la tienda, donde probó mi letra en un trozo de papel y mi maestría, matemática, quedando muy satisfecho; me dio sendas explicaciones acerca del negocio, los principales comitentes, las ganancias anuales, la manera de despachar el género y tantas otras cosas que yo no oía, porque mi vista y mi olfato atendían más a la sabrosa exposición de comestibles. A las tres se marchó, encasquetándose el sombrero con el cintillo rojo y anunciándome que iba a hablar con mis hermanas. Dióla orden a Salustiano que si no volvía antes de la oración, cerrara la tienda..

 
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Don Perfecto de Carlos María Ocantos   Don Perfecto
de Carlos María Ocantos

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