-Adiós, ché -me contestó Clara, -Don
Perfecto de baratillo, santo de palo, babieca celestial.
-Escribir en llegando -dijo Laurentina, -y que te alivies, Juan
Lanas de Dios. Cuanto menos bulto, mayor claridad.
Ahogábanme la indignación y las lágrimas.
Me preguntaron burlones si necesitaba algo para -el camino, y les dije que no,
que con las manos vacías saldría, de la casa y sabría,
ganarme mi pan, como los demás. Me refugié luego en mi altillo y
pasé la noche llorando, porque en realidad ignoraba yo qué
haría al día, siguiente, ni adónde iría.
Esperaba que con las luces del alba se despertaría, el
remordimiento en mis hermanas, y hostigadas por el cariño fraternal, que
si dormita a veces, nunca se extingue, alguna de ellas vendría a buscarme
o mandaría, recado; pero salió el sol y llegó a
bañar la mitad del patio, medida que llenaba al punto de las doce, y
noche se ocupó de mí. Lo que veía, por la ventanilla de mi
jaula era pasar a la china, menor con las fuentes del almuerzo. Entonces,
convencido de que no tenía más remedio que desalojar la plaza, me
puse mi mejor ropa y sin paquete ostensible ni nada que me embargara,
salí con el corazón encogido y los ojos llorosos : cuando
ponía el pie en la calle, sentí reír a mis hermanas en el
comedor.