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La forma brutal de mi orfandad mareó huella profunda en
mi espíritu, de suyo apocado y melancólico. Lloré tanto,
tan de continuo y por tanto tiempo, que me vino una fluxión a los ojos,
de la que padecí meses enteros y a poco más me dejara ciego. Tan
intensamente sufría, que para mí el mundo se había acabado,
y en la casa tendida de merino negro no se oía más suspirar y
más sollozar que el mío, porque mis hermanas, aunque no he de
hacerlas la ofensa de creer que no sintieran la desgracia, eran menos sensibles
que yo y se ocupaban más de recibir en la sala. el pésame de las
visitas compungidas, con el mantón por la cabeza como obligaba la moda y
quitándose la vez la una a la otra para contar a mi tía Sandalia,
cómo había sucedido eso, a mi tía que fue la primera que
acudió en su volante revolucionando, todo el barrio, y a las de Tejera
las de Paso, Esquendo, Sangil, Mártir, Guerra, Prisco, Vargas,
Zaldívar, y todas las Ríquez de los cuatro costados,
gravísima perturbación nos trajo esta catástrofe. Mis
hermanas eran jóvenes (Clara, no había cumplido los veintisiete),
yo un niño, presentándose el problema si los miramientos sociales
consentían que viviéramos en casa sin un vejestorio de respeto, o
aconsejaban que nos distribuyeran entre la parentela como repartija de indios.
Mi tío Tejera quería llevarme consigo y todos a quien
preferían para el caso era a Juanito de Dios, «que no tenía
boca, ni oídos, no parecía niño, con todo se contentaba y a
todo se avenía» ; pero yo, agradeciéndolo mucho, supe
resistir, que firmeza de voluntad para ejecutar lo que he creído
razonable o justo nunca me ha faltado, as¡ menoscabara ello mi fama de
bondadoso entro los que consideran a la bondad y la debilidad gemelas. Excuso
decir que mis hermanas resistieron también a marcharse con unas y con
otras, desenterrando de no sé dónde a la Ríquez más
indigente que teníamos y vistiéndola de tía respetable para
que las diera lado.
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