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Los quince, cumplidos habría yo y a punto estaba de
dejar el colegio de la calle de Chacabuco, cuando ocurrió en mi casa una
tragedia espantosa : la muerte de mis padres, en el mismo día, casi a la
misma hora y en circunstancias tan raras como seguramente el destino no
volverá a combinarlas. Regresaba mi padre una tarde en su picazo,
terminadas sus visitas, y al desmontar, no se sabe, cómo dio una gran
caída, partiéndose la sien en el filo de la acera. Mi hermana
Laurentina, que estaba a la puerta de ojeo con sus galanes, según mala
costumbre en aquellos tiempos muy corriente, se asustó y chillando se
metió dentro, corrió a la habitación de mi madre, la
contó sin prudencia cuanto acababa de ver y suponía realizado,
púsose amarilla mi madre, que debía de tener dañado el
corazón, y como entrara con mayores gritos Clara y las dos chinas de
nuestra servidumbre, en el mismo sofá aquel sofá de caoba tallada
y crin negra que guardo como una reliquia, se quedó muerta la pobrecita
sin decir ¡ ay!, a tiempo que de la acera recogían el
cadáver de mi padre. ¡ Dios mío! Han pasado cincuenta, y
cinco, años y el sacudimiento del recuerdo es tan intenso como la
impresión que recibí aquella horrible tarde. ¡ Qué
cuadro, qué dolor, qué confusión!
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Don Perfecto
de Carlos María Ocantos
ediciones elaleph.com
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