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I
Empiezo por declarar que yo no me llamo don Perfecto. Este es
mote que de burlas me pusieron cuando andaba en el mundo, antes que los
desengaños, la melancolía y la gota irremediable me confinaran en
un rincón de esta quinta de Belgrano, la antigua, y hermosa quinta de los
Ríquez, heredada de mis padres, y del que ya no saldrá sino para
ocupar el hondo y obscuro del cementerio. Mi verdadero nombre, como todos saben,
es Juan de Dios Ríquez, figurando entre mis ascendientes y colaterales
muchos apellidos ilustres de la aristocracia bonaerense. La famosa misia
Transitito Ríquez era tía abuela mía, y en los salones de
su nuera Sandalia Esquendo, allá por el 55, salones que fueron el centro
de cultura de la época, reflejo y compendio de aquella sociedad tan
distinta de la turbia de hoy, aprendí a bailar a hablar con las damas y a
ser cortés con todo el mundo lo que ya muy pocos saben y muchos han
olvidado.
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Don Perfecto
de Carlos María Ocantos
ediciones elaleph.com
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