"Me acostaré ahí arriba
-dijo Claus el Pequeño-. Será un lecho magnífico, y ojalá que esa cigüeña que tiene su nido en el tejado de la casa no se baje a picarme las piernas".
Así, pues, Claus el Pequeño
se trepó al techo del cobertizo. Mientras se revolvía para ponerse cómodo, observó que los postigos de madera no llegaban hasta el borde superior de las ventanas, sino que dejaban un espacio libre que permitía ver el interior de la habitación. Y vio una amplia mesa servida con vino, asado y un pescado espléndido. Sentados a la mesa estaban la mujer del granjero y el sepulturero del pueblo. Nadie más. La mujer estaba llenando el vaso del otro y sirviéndole abundante ración de pescado, que parecía ser el plato favorito del hombre.
"Si pudiera alcanzar yo
también un poco..." -pensó Claus el pequeño. Y estiró el cuello hacia la ventana; entonces vio también una hermosa y suculenta torta. En realidad podía decirse que la pareja tenía un magnífico festín por delante.