-Aquí tienes un vaso de limonada que te envía tu nieto -dijo el hostelero, pero la abuela muerta se quedó, naturalmente, quieta y sin pronunciar una palabra-. ¿No me oyes? ¡Un vaso de limonada que te envía tu nieto!
Dijo eso a gritos, y siguió
gritando más y más, pero al ver que la anciana no se movía acabó por ponerse furioso y le lanzó la limonada a la cara, haciéndola caer del carricoche, pues Claus el Pequeño no se había tomado el trabajo de atarla.
-¡Ah! -gritó Claus el
Pequeño, saliendo a toda prisa de la hostería y aferrando al hostelero por el cuello-. ¡Has matado a mi abuela! ¡Mira qué enorme herida le has hecho en la frente!
-¡Oh, qué desgracia!
-exclamó el hostelero retorciéndose las manos-. Eso me pasa por mi temperamento irascible. Mi estimado Claus el Pequeño: te daré un talego de dinero si no dices nada acerca de esto; además, haré enterrar a tu abuela tan dignamente como si hubiera sido la mía. De lo contrario me cortarán la cabeza, y eso es cosa muy desagradable.