-En su despacho -indicó la madre.
-¡Claro! ¡Revolviendo papeluchos y sentencias! ¡Le ha dado por ahí! -lamentó el hercúleo don Adolfo saliendo como un rayo.
Arsenio y las tres damas comentaron con mesura el incidente. Al padre de la víctima, al pobre marqués de Lima, iba a sentarle muy mal. Al fin era el abuelo del chico. ¡Una provocación constante! ¡Una especie de lección! ¡Indigno! ¡Indigno!
-¡Es imbécil ese genio! -comentó doña Florencia, por Gerardo, sonriendo gentil a Josefina, porque no ignoraba las públicas y antiguas preferencias secretas de los dos.
-¡Y el caso es que tiene talento! -le defendió su querida.
-Pero... ¡qué mal empleado! -tachó el pulcro barón de Casa-Pola.
-Cierto -volvió la madre a intervenir. -Para la educación moral no hay como la familia ¡Esos colegios! ¡Esa vida errante que él llevó!... ¡Qué hemos de hacerle!
Otro místico respeto se tendió por la sala confortable, y la imagen de Gerardo quedó flotando en el silencio. Arsenio pensaba que hizo bien no buscándole, a pesar de su amenaza, por no entorpecer más esta boda con un tonto lance de honor. Josefina meditaba, satisfecha de sus mañas para aliarse en el intento a estas amigas, que sólo alejando de Madrid a Mavi, o diablo, a la rival bonita y triunfadora, podría recuperará su «indecente delicioso»; porque no se trataba, esta vez, de una infidelidad fugaz que le importase tres pimientos... Gerardo no había dejado de ir a la casa de Mavi un solo día...; y sonreíase, además, mirando a Arsenio de reojo: «era muy posible que este mentecato ni siquiera se soñase que estaba en bufo conflicto aquí por los hijos... del amigo».
«¡Ah, sí, Gerardo tiene talento!» se afirmó feliz y agradecida de hallarse por él en este embrollo de buen tono, en el cual ella tenía únicamente todos los hilos, y por encima incluso de la voluntad y del talento mismo de Gerardo.
Y una tarjeta, que la doncella entraba en este instante, provocó una dispersión. Felisa y Arsenio salieron, para no estar lejos, claro es... porque interesábales demás el resultado de la entrevista que no debían presenciar. Era Mavi. Y también habíanse puesto de pie, de puras curiosidad e inquietud, doña Florencia y Josefina.
-¡Que entre! -le mandó Florencia a la doncella, yendo en seguida a adoptar un ademán de dignidad en un confidente Imperio.
Josefina se sentó en el vis-a-vis, de tal modo que no le quedase a la rival sino aquella marquesita de debajo de la lámpara- a cuya luz pudiera verla a su deseo