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-No, no es eso. Es que ella no consentirá en quedarse.

-Si no consiente, renuncias a ir; seguimos la cena..., seguimos en los días siguientes los negocios... en su casa (suponiendo que yo no me fatigue), y celos lentos... Si se queda... ¡mejor! ¡celos explosivos! La cena íntima, en la espera; yo que me insinúo y el vino que la exalta... Y allá a las tres -acentuó con despreocupada firmeza Gerardo, al ver los gestos del otro-, en vista de que tardas... mi coche que está abajo... mi coche que la lleva...

-¿Adónde? -se burló el incrédulo.

-¡Yo qué sé!... Pero, mañana... la aguardas en su casa a medio día por filo, y... «¡Traidora, infame!...» Radicalmente.

-¡No conoces a Mavi, hombre! -dijo Arsenio con severa dignidad-. Estás en un error, te lo afirmo. ¡No es de esas!

-¿No es de esas? Entonces, ¿cómo es que intentas lanzarla... a la alegría... entre esas?

-Bueno. En el fondo. Quiero decir, tan fácil.

-¡Ah! ¡Me juzgas muy zoquete! ¿No hay nadie hábil y conquistador más que tú?... ¡Oh, chico, chico; a mí sí que no me conocéis! ¡Soy un viajero que pasa por la vida de incógnito!... Esquiva o fácil, altiva o complaciente... te prometo que, si se queda, hasta mañana por la tarde no planta en su casa el pie.

-¿Violencias? -reparó el barón con profunda alarma-. ¡Bien me imaginé que tú no servirías!

Pero sonrió Gerardo:

-Habilidad; ¿qué te has creído?... Página de folletín, inclusive: el cochero, que desboca los caballos... porque se ve poco en las calles; amanece, y un bulto, cualquier cosa, los espanta... ¡Una carretera, y lejos de Madrid... nada de violencias!... Al regreso es que el camino se pierde... A ti te bastaría con verla llegar ojerosa y aturdida, y no creerla y no creerme... ¡En lo que harás bien, después de todo, porque el demonio que sepa de qué desbocos le vengan las ojeras!...

-¡Oh!, vacilo otra vez, ante este final de audacia, el que estaba ya casi resuelto.

E indignado por los hipócritas recelos, Gerardo terminó:

-Y si no quieres, ¡al diablo! ¡Ya es mucho prestarme a tanto... para mi sistema!

Iba a recoger su abrigo y su sombrero, y Arsenio detúvole con ansia:

-¡Gerardo! ¡No!... ¡Ven! ¡Aceptado!... Escribe la carta tú... Yo voy mientras a avisarla. ¿Qué pondrás?... ¿Te dicto?... Un... ¿Se olvida algo?... Creo que no... ¡Sería triste que un detalle!... Casado, ¿eh?... Te la presentaré como esposa; no hay inconveniente... Bueno, escribe. Voy... -volvióse a los tres pasos, y pidió: -¡Por Dios, Gerardo!... Nada de violencias... Eso, sí, te lo suplico... ¡Pobre Mavi!

Todavía el proyecto sufrió una innovación: en vez de ir a cenar en el otro gabinete, juzgaron éste preferible, por más discreto, por más profundo con respecto a la escalera principal. Hicieron que Manuel trajese lo preciso y dejaron la carta apercibida. Arsenio partió, mientras ponía el sobre Gerardo- que se encargó asimismo de instruir al camarero.

 

 
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