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-Como poderse... la mar de bien -comentó con desdén Gerardo, en tanto que encendía-. Mira, esperaba a mi condesa, que no vendrá, probablemente.

-¿Josefina? ¡Aún?

-Sí, chico; siempre Josefina, por pereza. Bajo trajes diferentes, todas lo mismo. Estoy convencidísimo de que no valen más las demás. Siempre que vuelvo de París, de por ahí, la tomo. Aquí me escribe. Son nuestros lunes. He conseguido reglamentarla, ¿sabes?... Los lunes tiene también cena política Fernando. Pero me dice que hoy se ha empeñado en llevarla a no sé dónde, y que si Marieta no telefonea que vuelve el marido a casa, será que no la deja sola y que no puede venir.

Se abrió la puerta, y el camarero entró a avisarle a Arsenio que la señora le esperaba.

-Dile que voy -mandó Arsenio, poniéndose de pie. Y en cuanto volvió a partir el camarero, clamó, sirviéndose otra copa: -Vaya, venga coñac. ¡Tengo un humor! Me trae azorado, fastidiado, reventado la tal Mavi. ¡Oh, de qué buena gana te la cedía!... Tienen también sus contras estos amores mansos. Sin saberse cómo, se le encajan a uno cargas molestas. Figúrate...: ¡dos chicos, hijo, dos chicos!

-¿Dos chicos?... ¡Valor, padre de familia!

-¡Nada! ¡Suponte! Que punto menos que por caridad cargué con ella., y, ahora, ¡hermosa situación!... rorros, llantitos, escenas... Es lo que complica esto, Gerardo. La de Caldas, ¿recuerdas?... aquella con quien me vi en un trance semejante, tuvo siquiera el acierto, por pujos de honor, de largar el nene al hospicio..., lo cual facilitó su boda con un honrado comerciante... Mavi, ni a, tiros...; lo más que he podido conseguir es que los ponga en ama. ¡Menos mal, que aún no sabe que me caso! Pero ¿me quieres tú decir cómo me desentiendo de ella?... ¿Me quieres tú decir quién, ni aun como amante, apechugaría con los chiquillos?

-Toma, ¡cualquiera! Si a ti, que eres el padre, no te importan, figúrate a los demás. La patente, Arsenio: un barco en franquía que admite los pasajes. Tú lo echaste al agua, que es lo cargante y costoso. Ya flota; no te preocupes.

--No, si no me preocupo, después de todo repuso Arsenio, apoyándose de nuevo en el respaldar de la butaca, con una indolencia delatora de sus pocas ganas de partir-. Al fin habrá que tirar por la tremenda: plantarse una vez, y abur. No pienses que me gusta, porque no entra en mi sistema; pero es terca esta mujer: en tantos años, el casamiento sigue siendo su estúpida obsesión. Demás he hecho por ir distanciándome de ella suavemente. Unas veces, fingiendo falta de dinero, proponíala que se entrase en cualquier parte, de maestra de piano, de institutriz, de algo... dejándole al ama los chiquillos. ¡Quiá! Trabajar, bueno lecciones en casa... una especie de escuela de música y francés, que no llenaría mi objeto.

-Ni el de nadie. Eso es anodino, pacífico, tonto..., sin importancia social.

-Otras veces, al contrario, he tratado de meterla en cierta vida, en ciertas amistades, allí en la vecindad, donde hay unas cocotas... para irla acostumbrando... ¡Ya ves dónde la traigo a cenar!

Gerardo se rió esta vez con una risa agria.

-Así, así. ¿Ves?-dijo-. Mis ideas. ¡Si en el final son iguales tu sistema y mi sistema: de cochero! ¡Si llevamos todos dentro idéntica protesta! Es la revolución sorda del alma, ¡caro!, inmensa, paralela con la otra... en plena putrefacción... Lo triste es que aún quedan inocentes... ¿Qué? -se interrumpió dirigiéndose a Manuel, que había entrado otra vez y le miraba.

Traía el recado del teléfono: «Que no había vuelto a casa el señor». Además, a Arsenio tornó a decirle que se impacientaba la señora.

-¡Dile que venga! -saltó con su despreocupación Gerardo.

-¡Oh, bah! -contuvo en respeto Arsenio. -Dile que voy!

Pero en la puerta, donde se dirigió de mal talante, aun se paró.

-De modo... ¿que no viene tu condesa? ¡Cuánto daría por quedar libre, como tú!

-Pues, nada, ya lo ves. Estoy de pico. Si es guapa, ¡cédeme a ésa esta noche! ¡Te salvo!

La idea, oída por segunda vez, y a pesar de la cínica indiferencia de Gerardo, que parecía expresarla únicamente por su aburrido afán de escarnecerlo todo, preocupó al grave barón de Casa-Pola. Por unos instantes, crispado, inmóvil contempló al amigo. Después se le acercó.

-Oye, mira, tú -le dijo-, ¿de verdad que tú serías capaz de secundarme?... ¿De verdad que tú crees que... no está mal...? ¡Oh, Gerardo, si tú no fueses un hombre sin maña, sin sentido! ¡Ah!, entonces, todo un plan. Pero que... ¡vaya si un plan! Atiende: figúrate que voy y le digo a Mavi: «querida, el señor que me llamó es un amigo con el cual tengo negocios; hemos de hablar urgentemente y le he invitado a nuestra mesa». Vas, te la presento, como mi mujer, está claro; cenamos, charlando de un negocio, por ejemplo, de tranvías: finges tú creer que nada sabes de mi cuarto de soltero... y desde mañana, con el pretexto siempre del negocio... ¡paf!, tú en la calle de Ferraz, donde ella vive y duermo yo, y como, y casi tengo otro despacho... ¿Comprendes? Será un amigo traidor que intenta enamorarla...; serán mis celos, después... y al fin, sobre esos magníficos pretextos... ¿Comprendes? ¿No comprendes?- insistió el grave barón de Casa-Pola, que tenía la excelente propiedad de tomar la vida en serio. Y viendo la atenta inexpresión burlona de Gerardo, terminó desalentado: -¡Oh, no, no comprendes; para esto hace falta diplomacia, habilidad... una dosis brutal de conocimiento del mundo y de sentido de la vida! ¿De qué te sirve, hombre, haber rodado tanto por esas legaciones?

Pero Gerardo replicó:

-¡Eres un imbécil, jefe! Los diplomáticos, y tú, mi superior jerárquico, desde que tal te hizo una real orden, hemos de proceder en las cuestiones arduas con otras dos cualidades importantes: rapidez, sagacidad. El traspaso de esa Mavi quedará esta noche completo. Suponte que cenamos, y que apenas empezada nuestra charla de negocios... recibes una llamada del ministro, urgentísima... Tienes que ir, sin tiempo para llevar a casa a tu mujer; y como la ministerial llamada...

-¡Oh! - atajó con desencanto Arsenio.

-Y como la ministerial llamada -recalcó Gerardo- podrá ser para algo transcendente que obligue a un hombre público a sacrificar la cortesía con... su mujer pública... ¡no vuelves!

Arsenio rechazó:

-Eso es absurdo... indigno... increíble...

-¿Cómo increíble?... Según el modo de mentir. Tú, «porque esperabas el aviso... habrías dejado dicho dónde pudieran encontrarte...» Además, «se trata de una chica con dos chicos, que te abruma, a quien plantarás, si no «por la tremenda», en seco...» ¡Sois terribles, hijo, los hombres de conciencia!

 
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