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Marcó una pausa, vibrando él todo entero de no supiese qué vagos pesares de torpeza, de no supiese que respetos infinitos; y algo de esta emoción enorme, que debió radiar en su semblante, tranquilizó a Mavi poco a poco. Sin embargo, no comía ella; y él forzábase en comer, viéndola nerviosa jugar con el cuchillo.

No fue dueño más de su intención. La honda emoción de ternura para Mavi y de indignaciones para él propio, le arrastraba. Y como no trató de resistirla, dijo sincero:

-No puedo remediarlo. Hasta lo inconveniente soy ingenuo, en ocasiones. ¿Por qué, Mavi, negarle a usted que en mi charlar ya iba poniendo matices de ambición..., mi ambición por la belleza de su cuerpo, de su cara?... Sí, sí... ¡No se espante! ¡Queda confesado, con pesar y quedo por lo mismo «arrepentido»!... Cuando la he visto un instante junto a mí..., tan solos... ¡Oh, perdón! ¡Su vida de flor es bella!... ¡Lo creo bien disculpable!

-¡Disculpable! -gimió Mavi, abrumada por una osadía tan singular, tan llena de dolor y sumisión al mismo tiempo.

-Ignoraba quién fuese usted hace una hora, como lo seguía ignorando hace un minuto. Mas siendo quien sea, y aquí, y en toda ocasión, bien puede disculpar cualquier sandio atrevimiento..., su belleza!

Mavi perdonó con severa dignidad:

-Disculparlo, a lo sumo...; no autorizarlo.

-¡Disculpa pido! -insistió él rendidamente.

Y ella le concedió, generosa:

-Olvide, pues, su imprudencia!

-Pero... olvídela también la amiga noble. He sido necio, torpísimo... Repito... ¡qué no la conocía! La creí una linda, honrada o no, como cualquiera de las mil honradas o no honradas lindas, que desprecio por igual..., y ya sabe mi alma de la nobleza de diosa de usted... por su alma... ¡No reconozco otra estirpe!

-Gracias.

-¡Su alma -lanzó en plena admiración Gerardo- es bella como su cuerpo, Mavi!

-¡Oh! -le oyó otra vez rechazar a la infeliz desorientada.

Pero el franco, seguro ya de sí, no cedió..., no tuvo por qué retroceder:

-¿Le... molesta mi admiración de los ojos?. Flores, sí... ¡Perdón, de nuevo! Acababa usted de darme gracias, no obstante, por las mismas flores a su alma.

Tras una súbita torcedura de la boca, Mavi reprochó:

-¡Acababa usted de afirmar que por mi alma le merecía respeto!

-¡Y es verdad! ¡Pero más... más que respeto! -exclamó Gerardo con una mal reprimida llama de su vida, toda en los ojos: -¡Espanto! ¡Veneración!... Estoy viendo su alma, desde que estoy aquí, de un modo raro, inesperado, como no he visto jamás tan clara y tan pronto un alma en mujer alguna. ¡Al descubrirla TODA BELLA, mi terror y mi respeto inmensos anuncian quizá en mi corazón el alba del amor primero de mi vida!

Le había escuchado con enojo, Mavi, y sólo supo rechazar, levantándose violenta:

-¡Señor mío!

Se apartó despreciativa, y el camarero entró. Al verle, guardó su excitación en disimulos. Fue alejándose y quedó de espaldas a la mesa.

-¿No come más la señora?

-No.

-¿No quiere más? -intercedió también Gerardo.

Le dejó ella sin respuesta, y él no insistió. Adivinaba, viéndola allá pasear convulsa, su lógico temor a que por Manuel supiese Arsenio el incidente.

-Llévate eso -le dijo al camarero-. ¡Vete!

Y cuando estuvieron nuevamente solos, Gerardo, que no se había movido de su sitio, pudo notar que la infeliz mujer, sentada en el sofá, lloraba ocultando el rostro entre los brazos. Esto le anegó de bochornos y piedades. Comprendía la situación: no podría ella partir, sin que el marido, al volver, encontrase así censurada su conducta...; sin exponer a los dos, ¡creería la pobre!, a una explicación difícil o a un lance tal vez...; y veíase forzada a continuar en este encierro al lado del que ofendía su dignidad...

Sintió qué casi lágrimas también se le agolpaban a los ojos, y se levantó y se acercó, violentísimo.

-¡Mavi! -dijo- ¡salga de aquí!

La orden fue tan imprevista e imperiosa, que Mavi alzó la cabeza -sin comprenderle.

-¡Sí, a su casa!... -insistió él con un implacable rigor para él mismo. -Adonde yo no esté... ¡adonde no la vea! ¡Lejos de mí!... Porque hay sólo dos clases de mujeres a las que no sé respetar... las que nada valen... Y las que valen mucho... ¡como usted!

-¡Oh! -gimió ella levantándose.

-Pero las mujeres como usted son pocas... Y no es extraño, al no contar ni con la posibilidad de su presencia, que le sorprendan a uno miserable, contagiado de canalla, indigno... ¡Desprécieme! ¡Desprécienos! Debe partir en seguida... ¡Arsenio no vendrá!

La noticia, cruda, terminante, acusadora para Arsenio..., confirmadora, con su brevedad de tres palabras, de las sospechas vagas y terribles que ya venían clavándosele a Mavi como un recelo de infamia inaudita, inverosímil, anublaron en su alma toda la tardía nobleza de Gerardo bajo la negra nube de ignominia que importaba más a su amor y a su interés..., a su vida y a sus hijos... Guturó un aullido sordo de dolor, y llevóse las manos al corazón y a la garganta. No pudo hablar. Por un rato, fue la suya una inmóvil agonía en una faz quieta de loca, con la boca abierta y los globos de los ojos coronados por dos escleróticos arcos blancos de terror... Luego, al fin, le habló, como un espectro, al espectro de vergüenza que era también delante de ella el hombre extraño.

-Le ruego a usted -pedía, y su voz si n voz era de soplo, en el resignado espanto de quien pide que la acaben de matar- que me diga aún... aún más claro... que él... que él, no volverá... que yo... he sido traída aquí... esta noche, para esto...

Gerardo sufrió una eléctrica conmoción y sólo supo flagelarse nuevamente con la yerta ferocidad de sus injurias:

-¡Contagiado de canalla, sí! ¡¡Desprécieme!! ¡¡Desprécieme!!

Pero en seguida, viendo cómo vacilaba la pobre vida rota, a punto de caer...; viendo que Mavi se torcía y tenía que apoyarse en el brazo del diván para soportar el peso abrumador de su infortunio, un sentimiento de caridad ahogó a Gerardo y le arrastró al ansia de su propio sacrificio: no por el desalmado amigo imbécil, que una y mil traiciones merecía, sino por la madre, por la amorosa ingenua e infeliz que no debiera al menos conocer tan pronto y rudamente su desgracia.

-Señora -dijo-, no es eso. Yo el canalla. Arsenio nada ha puesto por su parte para esta situación. El tornará mañana a verla a usted, a sus hijos, como siempre... ¡la farsa es mía! o mejor, la necedad de haber querido aprovechar su casual ausencia...

-¿Casual? -aferróse a la palabra el afán de ella por saber a su Arsenio inocente.

 
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