LA POSADA DE LAS DELICIAS
Empiezo por declarar que hay en el mundo poblaciones más bellas que Singapore.
Reconozco también que existen pocas más interesantes y que, ciertamente, ninguna se presta mejor que esa al estudio de los hombres.
El observador que lo desee, puede estudiar allí lo mismo los medios de gobernar que usa Inglaterra., que los diferentes aspectos de la cuestión de la China.
Los filólogos que den un paseo de media hora por Singapore, podrán oir hablar más de la mitad de los idiomas que se usan en el mundo entero, desde el argot parisiense hasta el cockney de Londres.
Además, el paseante tendrá ocasión de percibir todos los olores susceptibles de impresionar las narices de los hombres, desde la fragancia de las rosas, hasta los abominables perfumes de toda especie de cocinas, sin excluir aquella cuyo plato fundamental es la rata rellena.
El puerto de Singapore es el más
animado de mundo. Se ven en él grandes acorazados y los esquífes, de junco de los chinos; transatlánticos de todas las naciones, canoas indígenas, yates de turistas millonarios y barcos de carbón, hasta balsas medio salvajes y, en pocas palabras, todas las muestras de barcos que están comprendidas en la civilización occidental y en la barbarie del Extremo Oriente.
El viajero no olvida, nunca la primera ojeada al puerto de Singapore; pero la impresión definitiva, es el pesar de haberlo visto. Todo el que quiera establecerse en Singapore, sin estar enteramente obligado, debe tener las aficiones de la, salamandra, que, según dicen, vive en el fuego, y la sensibilidad de la rana.
La ciudad tiene muchos hoteles, algunos de ellos muy cómodos y muy modernos, y otros, los más, situados en los barrios extremos, y enteramente desconocidos de los viajeros ricos.