Nada mejor que hacer
Jonathan miró el televisor volcado en el piso entre restos de vómito, tucas, latas de Red Bull, pedazos de pizza. Brian lo había tirado de un patadón. Las cosas se estaban poniendo buenas.
Horas antes, los tres llegaron a hartarse de la tele, de la compu, del faso. Como les pasaba siempre. Jonathan había pensado y pensado, hasta que se le ocurrió una idea supercool.
—Ya sé qué podemos hacer —les había dicho a Ezequiel y Brian—. Ensuciarnos un poco.
Ninguno de los dos lo entendió de entrada, pero le siguieron el tren: Johnny era una garantía. Entonces salieron a buscar diversión, y la encontraron: engancharon a la negra en el Once, una dominicana de tantas.
—¿Vieron que esto es más divertido que el play station? —decía ahora frente a la mina, que jadeaba mal.
—¡Sí, Johnny, la tenés reclara! —dijo Ezequiel, y los tres chocaron los cinco.