En carrera
Volvían a Quilmes en la Chevrolet de Ahumada, y Juan José, admirado por las garitas que ignoraba su jefe, preguntó:
—¿Cuándo te parece que estrene la pilcha, Rafael?
—Mañana en el puterío es una buena ocasión.
—Puede ser, ¿aunque el italiano no es demasiado fino para andar adentro de un quilombo?
—Y bueno, al quilombo llevás el de uso diario. Y el blanco, tipo esmoquin, te me lo ponés para el acto de cierre de campaña. Ahí te vas a lucir delante de mucha gente. —Ahumada se quedó pensativo, y luego dijo—: Al negraje le gusta vernos con buena pilcha.
—Es verdad, tenés razón —dijo Juan José, entusiasmado.
—¡Ja, ja, ja!, como siempre —y Ahumadita le pegó a su pollo un cariñoso puñetazo en el hombro.
—Sí, como siempre —Juan José rio, cómplice—. Me había olvidado del acto. ¿Cuántas personas irán? ¿Quinientas?
—No, Juancito —dijo Ahumada. Y sonrió, condescendiente, como cada vez que Juan José hacía algún comentario inexperto—. ¿Cómo podes pensar que irán solamente quinientos grasas? No te olvides que, además, el acto es con los ñatos de la Unidad Básica de Lanús. Por lo menos arriaremos unos diez mil.
A Juan José Garay se le secó la garganta.
—¿Di-diez mil? —tartamudeó.
—Sí, Juan, diez mil por lo bajo. Ah, y ya te digo: ese día te me venís al palco vos también.
Padre albañil y madre mucama, pensó Juan José. Y mírenme ahora. Miren al “Doctor Garay”, como les gusta llamarme en la Unidad Básica. La foto del diario me mostrará codeándome con los líderes políticos de Quilmes y Lanús.
Al llegar a la casa, guardó las prendas en el ropero. Cuando le tocó el turno al traje italiano, se detuvo. Lo contempló por unos segundos y pensó: Ma sí, yo me lo pruebo otra vez.
Se miró al espejo y acarició las mangas. Adoptó distintas poses para disfrutar del corte perfecto, de la caída de la tela. Aquello simbolizaba el éxito, la certeza de que se terminaban los tiempos de pobre.
—¡Qué bien que hice metiéndome en política! —dijo, hablando solo.