-Hasta la médula -dijo ella.
-Pero... mira... -Alejó su taza y empezó a hablar
rápidamente:- Simplemente no tengo vida exterior. No conozco para nada el
nombre de las cosas... de árboles y eso... y nunca me fijo en lugares o
en muebles o en el aspecto de la gente. Un cuarto se parece a otro, para
mí... un lugar para sentarse y leer o hablar... excepto -y aquí
hizo una pausa, sonrió de una manera extraña e ingenua, y dijo:-
excepto en este estudio. -Miró a su alrededor y luego la miró a
ella; rió asombrado y contento. Parecía un hombre que se despierta
en un tren y se da cuenta de que ha llegado, ya, al término de su
viaje.
-Esta es otra cosa curiosa. Si cierro los ojos puedo ver este
lugar hasta el último detalle... hasta el último detalle... Ahora
que lo pienso... nunca me he dado cuenta de esto concientemente antes. Muchas
veces, lejos de aquí, vuelvo a visitarlo en mi mente... me paseo por
entre tus sillones rojos, contemplo el tazón de frutas sobre la mesa
negra... y toco apenas, muy suavemente, esa maravillosa cabeza de niño
durmiendo.
La miró mientras hablaba. Estaba colocada en una esquina
de la repisa de la chimenea; la cabeza caída hacia un lado, los labios
entreabiertos, como si al dormir el niño escuchara algún dulce
sonido...
-Adoro a ese niño -murmuró él. Y luego
ambos quedaron callados.