-Qué maravilla sólo estar contigo.
-Así...
-Es más que suficiente.
Pero de pronto él se volvió y la miró y
ella se alejó rápidamente.
-¿Tienes un cigarrillo? Voy a poner a calentar el agua.
¿Estás deseando una taza de té?
-No. Deseando, no.
-Bueno, yo sí.
-Oh, tú. -Pegó un puñetazo al
almohadón armenio y se tiró sobre el sommier-. Eres una
perfecta mujercita china.
-Sí, lo soy -rió-. Ansío el té como
los hombres fuertes ansían el vino.
Encendió la lámpara bajo la ancha pantalla
anaranjada, corrió las cortinas y acercó la mesa del té.
Dos pájaros cantaban en la pava; el fuego aleteaba. El se sentó
abrazando sus rodillas. Era encantador... este asunto de tomar el té... y
ella siempre tenía cosas deliciosas para comer... pequeños
sandwiches picantes, palitos cortos y dulces de almendra, y una torta oscura y
suculenta con gusto a ron... Pero era una interrupción. Quería que
hubieran terminado, la mesa lejos, ambas sillas cerca de la luz, y que hubiera
llegado el momento en el que él sacara su pipa, la llenara, y dijera,
apretando el tabaco fuertemente en el hueco: "Estuve pensando acerca de lo
que me dijiste la última vez y me parece que... ".