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Una herencia literaria
Las pirámides tenían mil años de edad.
Babilonia y Nínive se habían convertido en centros de vastos
imperios.
El valle del Nilo, el del ancho Eufrates y el del Tigris,
estaban ocupados por enjambres de personas laboriosas, cuando una pequeña
tribu de vagabundos del desierto decidió, por razones propias, abandonar
su hogar, a lo largo de los eriales arenosos del desierto árabe, y
comenzó a viajar rumbo al Norte, en busca de campos más
fértiles.
En lo futuro, a estos vagabundos se los iba a conocer con el
nombre de judíos.
Siglos más tarde, nos darían el más
importante de todos los libros: la Biblia.
Más tarde aún, una de sus mujeres iba a dar a luz
al mayor y más bondadoso de todos los maestros.
Y, sin embargo, curioso es decirlo, nada sabemos del origen de
esas extrañas gentes, que vinieron de un sitio desconocido, jugaron el
papel más grande jamás asignado a la raza humana y luego
abandonaron la escena histórica, para convertirse en exilados entre las
naciones del mundo.
Lo que les contaré en este capítulo es, por lo
tanto, algo vago en su carácter general y no muy seguro en cuanto a sus
detalles.
Pero los arqueólogos están cavando afanosamente
el suelo de Palestina. A medida que transcurre el tiempo, aprenden más y
más.