No obstante, los chicos que leen esos capítulos
creerán, hasta el fin de sus días, que son ciertos.
De cuando en cuando, por supuesto, un historiador, un
filósofo u otra persona extraña; leerá todos los libros de
todos los países y quizá llegue a una apreciación de algo
que se aproxime a la verdad absoluta. Pero, si desea llevar una vida
pacífica y feliz, guardará para sí la
información.
Lo que es exacto del resto del mundo, lo es también en
cuanto a los judíos. Los hebreos de hace treinta siglos, los de veinte
centurias atrás y los de hoy, son comunes seres humanos lo mismo que
ustedes y yo. No son mejores - como ellos a veces lo pretenden,- ni peores -
como manifiestan a menudo sus enemigos - que cualesquiera otros. Poseen ciertas
virtudes que son muy poco comunes y también tienen algunas faltas que lo
son enormemente. Pero, tanto se ha escrito acerca de ellos, bueno, malo e
indiferente, que resulta muy difícil arribar a una correcta
apreciación de su exacta ubicación en la historia.
Experimentamos la misma dificultad al tratar de conocer el
valor histórico de las crónicas conservadas por los propios
judíos y que nos cuentan sus aventuras entre los hombres de Egipto, los
de la tierra de Canaán y de Babilonia.
Los forasteros son raramente populares. En la mayor parte de
los países que visitaron los judíos, durante sus interminables
años de peregrinación, eran forasteros. Los antiguos habitantes
establecidos en los valles del Nilo y en los pequeños valles de
Palestina, y los que residían a lo largo de las riberas del Eufrates no
los recibían con los brazos abiertos. Por el contrario, decían:
"Apenas tenemos sitio para nuestros hijos. Que esos extranjeros se vayan a
otro lado". Entonces surgían disturbios.
Cuando los historiadores judíos echaron su mirada hacia
esos viejos días, trataron de colocar a sus antepasados en la mejor
posición posible. Actualmente nosotros hacemos lo mismo. Ponderamos las
virtudes de los colonizadores puritanos de Massachusetts y describimos los
horrores de aquellos primeros años, en que los pobres hombres blancos
estaban expuestos, en todo momento, a la flecha cruel del salvaje. Pero rara vez
mencionamos la suerte del piel roja, expuesto a la bala igualmente cruel del
trabuco del hombre blanco.