En otra ocasión, acababa de volver a su madriguera,
antes de que amaneciera, y ya saboreaba el sueño que le aguardaba, cuando
de pronto, sin saber por dónde había llegado, vio un lucio parado
ante la misma puerta de su casa, rechinando los dientes. Y también le
acechó durante toda la jornada como si sólo con verle se
alimentara. Pero él engañó también al lucio: de la
madriguera no salió, ¡y sanseacabó!
Y tales peligros no los corría de vez .en cuando, sino
casi todos los días. Y cada día, temblando, salía vencedor;
al peligro dominaba y exclamaba al final de la jornada: "¡Estoy vivo!
¡gracias, Dios mío!"
Mas aquello era poco: no se había casado, y no
tenía hijos, mientras que su padre había tenido numerosa prole.
Pero él razonaba así: "¡Mi padre podía vivir
alegrementel En aquellos tiempos, los lucios eran más buenos y las percas
no se preocupaban de nosotros, los peces menudos. Y aunque una vez al caldero de
la ujá estuvo a punto de ir a parar, ¡no faltó un vejete que
le ayudara a escapar! En cambio ahora, conforme van desapareciendo de los
ríos los peces gordos, vamos siendo más estimados los gobios. Por
lo tanto, no son momentos de pensar en crear una familia, sino de vivir uno
solo, ¡y gracias!". Y el gobio sabio vivió de este modo
más de cien años. Siempre temblando, temblando siempre. No
tenía amigos ni parientes; no iba a ver a nadie, ni nadie venía a
visitarle. No jugaba a las cartas, no bebía ni fumaba, a las mozas
bonitas no cortejaba, no hacía más que temblar y pensar: "Al
parecer, ¡estoy vivo! ¡Gracias, Dios mío!"