¿Y qué? Por mucho que explicó el viejo
sabio lo que era la ujá y en qué consistía, pocos son en el
río hasta hoy día quienes tienen una idea clara de la misma.
Mas él, el gobio hijo, recordaba perfectamente las
enseñanzas de su padre, y se decía para su coleto: "Hay que
andarse con ojo, pues de lo contrario, al menor descuido, ¡estaré
perdido!" Y empezó a vivir, a pasar la vida. Lo primero que hizo fue
idear una madriguera en la que sólo él pudiera entrar y nadie
más lograra penetrar. Estuvo un año entero el gobio abriendo su
guarida con el morro, y en aquel tiempo, día a día
¡cuántos miedos no pasaría! Dormía hundido en el limo
del lecho, escondido bajo las hojas de bardana acuática o entre las
mismas algas. Sin embargo, al fin terminó la madriguera. Era de primera:
limpia arreglada y a su medida, como era menester, sólo cabía
él. La segunda cuestión a resolver era la del régimen de
vida a seguir, y decidió así: por la noche, cuando hombres,
fieras, pájaros y peces dormían, saldría a hacer ejercicio,
y durante el día, estaría metido en su madriguera y
temblaría. Pero puesto que era preciso comer y beber, y no tenía
un sueldo asegurado ni criados, saldría un momentito de la madriguera, a
eso del medio día, cuando los peces hubieran ya saciado su apetito, y tal
vez el cielo le deparase algún insecto con que alimentarse. Y si nada
encontraba, a su madriguera hambriento volvería y de nuevo
temblaría. Pues mejor era no comer ni beber que morir con la barriga
llena.