Los
lugares se vuelven opacos pero nos golpean con imágenes nítidas que queremos
borrar con todo nuestro ser. ¿Y la música? Le encontramos sentido a todas las
letras, en cada una de ellas vemos una historia de amor y nos sentimos
reflejados y somos solidarios con el personaje. El rostro en el espejo nos es
desconocido, tan triste, tan solo, tan desconcertado. Y no debemos olvidar ese
dolor en el pecho, que tiene vida propia y se remueve y duele, duele mucho.
¿Olvidar?, tal vez algún día sea así, pero mientras
tanto...
Han
pasado tres felices años; Por razones de trabajo debo viajar a la capital, sin buscarlo, me desocupo
antes de lo previsto y mientras descanso en la habitación del hotel, lo siento
nuevamente, fuerte, claro ¡El dolor me ahoga, mi mente se nubla, me falta
el aire! ¡Debo salir! Estoy perdido, camino sin rumbo, mis pasos me llevan a
donde el destino haya elegido; camino durante dos horas, cuando... en la vereda
de enfrente la veo; la sigo, averiguo; ella trabaja de empleada, cuando fue
dueña y él, mantiene su negocio, no vende nada, pero resiste. Hago todo lo
necesario, voy aquí, allá, hablo con este y aquel, hasta que al fin logro
alcanzar mi meta; A ella la despiden de su trabajo y el debe cerrar su negocio;
no viven juntos pero logro hacerlos echar de sus residencias, están en la calle
y sin trabajo. Me las ingenio para juntarlos, están allí, se miran sin
comprender, no se hablan; paro el coche alquilado a su lado, me bajo, los miro,
me ven, comprenden, me voy ¡El dolor a cesado!
Durante
los próximos veinte años, la escena se repetirá un par de veces, esto me calma,
pero cada vez que regreso, el dolor aparece, quema mi pecho, angustia mi alma. A
pesar de que mi justa furia incendio sus vidas con más fuerza que el propio
infierno, cada vez que vuelvo lo siento necesario, quizás nos encontremos allí,
quizás debí superarlo, quizás me volví loco. Solo se que el fuego del infierno
devorándolos no fue suficiente para calmar mi dolor.
Hoy
se cumple un nuevo aniversario de aquella terrible noche ¡Veinte años! He
logrado una vida cómoda para mis hijos y nietos, sé que ya puedo dejarlos, pues
están bien protegidos. ¡Veinte años! El destino ha querido que en esta fecha nos
encontremos con mis hijos en esta ciudad, mi viejo amigo, se apodera de mí
¡Dolor! Es gracioso ver como el destino juega con nuestras vidas, cual títeres y
titiritero.
Nos encontramos todos un atardecer
frío, lluvioso, mis hijos intentan alejarme, les digo que no; ella comienza a
llorar; mi venganza, mi dolor le han marcado el rostro y el cuerpo, la vejez la
alcanzo prematuramente; El no posee voluntad propia, es presa de la vergüenza.
Les digo a mis hijos que deben olvidar, perdonar, que la vida a veces nos juega
malas pasadas. Lentamente ella se acerca, extiende sus manos temblorosas del
posible rechazo, me alejo unos pasos. La escena se detiene y se llena de
sentimientos reprimidos, de vergüenzas propias y ajenas, de
amor.