Blancanieves miró por la ventana y dijo:
-Buen día, buena mujer. ¿Qué vende
usted?
-Una excelente mercadería -respondió-; cintas de
todos colores.
La vieja sacó una trenzada en seda multicolor, y
Blancanieves pensó:
-Bien puedo dejar entrar a esta buena mujer.
Corrió el cerrojo para permitirle el paso y poder
comprar esa linda cinta.
-¡Niña -dijo la vieja- qué mal te has
puesto esa cinta! Acércate que te la arreglo como se debe.
Blancanieves, que no desconfiaba, se colocó delante de
ella para que le arreglara el lazo. Pero rápidamente la vieja lo
oprimió tan fuerte que Blancanieves perdió el aliento y
cayó como muerta.
-Y bien -dijo la vieja-, dejaste de ser la más bella. Y
se fue.
Poco después, a la noche, los siete enanos regresaron a
la casa y se asustaron mucho al ver a Blancanieves en el suelo, inmóvil.
La levantaron y descubrieron el lazo que la oprimía. Lo cortaron y
Blancanieves comenzó a respirar y a reanimarse poco a poco.