La reina al oír hablar al espejo de ese modo, se
estremeció y tembló de cólera.
-Es necesario que Blancanieves muera -exclamó- aunque me
cueste la vida a mí misma.
Se dirigió entonces a una
habitación escondida y solitaria a la que nadie podía entrar y fabricó una manzana
envenenada. Exteriormente parecía buena, blanca y roja y tan bien hecha
que tentaba a quien la veía; pero apenas se comía un trocito
sobrevenía la muerte. Cuando la manzana estuvo pronta, se pintó la
cara, se disfrazó de campesina y atravesó las siete
montañas hasta llegar a la casa de los siete enanos.
Golpeó. Blancanieves sacó la cabeza por la
ventana y dijo:
-No puedo dejar entrar a nadie; los enanos me lo han
prohibido.
-No es nada -dijo la campesina- me voy a librar de mis
manzanas. Toma, te voy a dar una.
-No-dijo Blancanieves -tampoco debo aceptar nada.
-¿Ternes que esté envenenada? -dijo la vieja-;
mira, corto la manzana en dos partes; tú comerás la parte roja y
yo la blanca.