Entonces hizo llamar a un cazador y le dijo:
-Lleva esa niña al bosque; no quiero que aparezca
más ante mis ojos. La matarás y me traerás sus pulmones y
su hígado como prueba.
El cazador obedeció y se la llevó, pero cuando
quiso atravesar el corazón de Blancanieves, la niña se puso a
llorar y exclamó:
-¡Mi buen cazador, no me mates!; correré hacia el
bosque espeso y no volveré nunca más.
Como era tan linda el cazador tuvo piedad y dijo:
-¡Corre, pues, mi pobre niña!
Pensaba, sin embargo, que las fieras pronto
la devorarían. No obstante, no tener que matarla fue para él como si
le quitaran un peso del corazón. Un cerdito venía saltando; el
cazador lo mató, extrajo sus pulmones y su hígado y los
llevó a la reina como prueba de que había cumplido su
misión. El cocinero los cocinó con sal y la mala mujer los
comió creyendo comer los pulmones y el hígado de Blancanieves.