Entonces ella les contó que su madrastra había
querido matarla pero el cazador había tenido piedad de ella
permitiéndole correr durante todo el día hasta encontrar la
casita.
Los enanos le dijeron:
-Si quieres hacer la tarea de la casa, cocinar, hacer las
camas, lavar, coser y tejer y si tienes todo en orden y bien limpio puedes
quedarte con nosotros; no te faltará nada.
-Sí -respondió Blancanieves- acepto de todo
corazón. Y se quedó con ellos.
Blancanieves tuvo la casa en orden. Por las mañanas los
enanos partían hacia las montañas, donde buscaban los minerales y
el oro, y regresaban por la noche. Para ese entonces la comida estaba lista.
Durante todo el día la niña permanecía
sola; los buenos enanos la previnieron:
-¡Cuídate de tu madrastra; pronto sabrá que
estás aquí! ¡No dejes entrar a nadie!
La reina, una vez que comió los que creía que
eran los pulmones y el hígado de Blancanieves, se creyó de nuevo
la principal y la más bella de todas las mujeres. Se puso ante el espejo
y dijo: