Ocurrió una vez que el hijo de un rey llegó, por
azar, al bosque y fue a casa de los enanos a pasar la noche. En la
montaña vio el ataúd con la hermosa Blancanieves en su interior y
leyó lo que estaba escrito en letras de oro.
Entonces dijo a los enanos:
-Dénme ese ataúd; les daré lo que quieran
a cambio.
-No lo daríamos por todo el oro del mundo -respondieron
los enanos.
-En ese caso -replicó el
príncipe-
regálenmelo pues no puedo vivir sin ver a Blancanieves. La
honraré, la estimaré como a lo que más quiero en el
mundo.
Al oírlo hablar de este modo los
enanos tuvieron piedad de él y le dieron el ataúd. El príncipe lo hizo llevar
sobre las espaldas de sus servidores, pero sucedió que éstos
tropezaron contra un arbusto y como consecuencia del sacudón el trozo de
manzana envenenada que Blancanieves aún conservaba en su garganta fue
despedido hacia afuera. Poco después abrió los ojos,
levantó la tapa del ataúd y se irguió, resucitada.