-Pero ahora -dijo ella- voy a inventar algo que te hará
perecer.
Y con la ayuda de sortilegios, en los que
era experta,
fabricó un peine envenenado. Luego se disfrazó tomando el aspecto
de otra vieja. Así vestida atravesó las siete montañas y
llegó a la casa de los siete enanos. Golpeó a la puerta y
gritó:
-¡Vendo buena mercadería! ¡Vendo!
¡Vendo!
Blancanieves miró desde adentro y dijo:
-Sigue tu camino; no puedo dejar entrar a nadie.
-Al menos podrás mirar -dijo la vieja, sacando el peine
envenenado y levantándolo en el aire.
Tanto le gustó a la niña que se dejó
seducir y abrió la puerta. Cuando se pusieron de acuerdo sobre la compra
la vieja le dilo:
-Ahora te voy a peinar como corresponde.
La pobre Blancanieves, que nunca pensaba mal, dejó hacer
a la vieja pero apenas ésta le había puesto el peine en los
cabellos el veneno hizo su efecto y la pequeña cayó sin
conocimiento.