La joven volteó hacia la derecha ante el reclamo de un vendedor y
mostró a plenitud su equilibrado perfil. No cabía duda. Era una belleza griega.
Poco importaba que en verdad fuera india o chola. Sus rasgos eran bellos desde
siempre, hubieran sido cantados por Homero, inmortalizados por Fidias, absueltos
de cualquier crimen -por más infame que fuera- por esos jueces que declararon
inocente a Friné. Esa frente perfecta, esa nariz recta, esa boca que hablaba
igualmente de placeres inefables como de razones incorruptibles, representaban
un ideal de belleza que cortaba transversalmente el tiempo y el espacio.
El automóvil vecino tocó fuertemente la bocina para advertir a
Pipo que había descuidado su manejo y le estaba cerrando el paso. En la caseta
de la esquina, un diario denunciaba que la tierra estaba calentándose por culpa
de la raza humana y que los polos se deshelaban con riesgo de hacer subir el
nivel del mar y sepultar bajo las aguas a ciudades enteras.
-"...y también Perico, hay que ver cómo engríe a su esposa, y Pepe
le da a su mujer toda la plata que necesita y más...".
Los labios carnosos de la joven griega invitaban y, al mismo
tiempo, cerraban todo acceso. Una sonrisa se dibujaba y se desdibujaba en ellos,
sin que interviniera un solo músculo. Quizá era simplemente una cuestión de
luces y sombras, quizá una visión o un espejismo, quizá la sonrisa no estuviera
en el rostro de la joven sino en la mente de Pipo y aparecía o desaparecía según
los agitados estados de ánimo de éste frente a una belleza tan perturbadora.
Pero, en todo caso, la joven era quien contenía todas las posibilidades: reír y
no reír, ofrecer y negar, incitar y desalentar, permitir y prohibir, abrir y
cerrar. Poca importancia tenía que fuera Pipo quien actualizara erráticamente
esas potencias.
-"...cuando recién nos casamos, me entregabas prácticamente todo
tu sueldo para que yo lo administrara; en cambio ahora que te has vuelto rico,
me das con cuentagotas el dinero para la
casa...".
Pipo imaginó a la joven en su contexto natural, libre de los
condicionamientos del azar, libre de esos dos sujetos vulgares que la
enmarcaban, libre de los costales de papas y de la camioneta destartalada que la
contenía como una repulsiva ostra puede encerrar una perla. Los autos avanzaron
y luego se detuvieron de nuevo. Sí, había que recrear esta maravillosa visión
para limpiarla de sus impurezas accidentales.