El avance era casi nulo. Pipo tuvo que resignarse a alternar
marchas y paradas detrás de una camioneta cubierta de polvo, que claramente
venía de alguna provincia ignota. Es entonces cuando vio a la joven griega.
En la parte posterior de la camioneta, sentados de espaldas a la
cabina, dos hombres dormitaban a ambos lados de una mujer. El de la derecha
tenía un sombrero alón de paja que había echado sobre la cara para crearse una
noche privada; sus piernas se acomodaban a la forma de unos sacos de tocuyo,
llenos quizá de papas o de alguna verdura incógnita. El de la izquierda había
apoyado la cabeza sobre uno de los costales más grandes y dormía con la boca
abierta, mostrando las hileras incompletas de dientes percudidos por el tabaco.
Y, entre ambos, viajaba una joven de rostro clásico, mirada alerta, tez
aceitunada y unos grandes ojos negros.
-"...mira cómo son tus amigos, Pipo. Todos demuestran un mayor
cariño por sus esposas que tú. Juan, por ejemplo...".
Usualmente, vemos sólo los rostros conocidos, nuestra esposa,
nuestros hijos, los amigos más cercanos, los compañeros de trabajo, rostros que
de tanto verlos se han vuelto borrosos, que parecen gastados por nuestra mirada,
rostros que el tiempo ha recubierto con una tenue capa de cotidianidad y de
indiferencia. Es verdad que a cada momento y en cada lugar encontramos gente que
no conocemos, nadamos en un mar de humanidad anónima. Pero esas gentes no tienen
rostros, apenas un signo sobre sus hombros, una señal de vaga identificación, no
representan nada para nosotros, casi puede decirse que no las miramos. Pero de pronto, un día, nos topamos con un
rostro, con un verdadero rostro nuevo, un rostro sin ápice de polvo, un rostro
reluciente, que no forma parte de nuestro desván de imágenes familiares pero que
tampoco pasa desapercibido como tantos otros, un rostro que se hace notar sin
quererlo, con una luz insoslayable, como el movimiento de caderas de la mujer
deseada. No es que hayamos querido encontrarlo, no es que lo hayamos buscado en
el revoltijo de las impresiones diarias: simplemente, está ahí. Volvemos la cara
y miramos, miramos de verdad, un rostro diferente, sin habérnoslo propuesto.