Son fascinantes, al respecto, las historias de las sociedades
aristocráticas (por ejemplo, las historias de Florencia hasta el siglo XVI que
escribieron Maquiavelo y Guicciardini) debido al genio de esos textos para
retratar el conflicto de memorias que pugnan por imponer su predominio. En la
historia aristocrática hay una intriga protagonizada por un escaso número de
actores. Decía Tocqueville en 1840 que los "historiadores que escriben en los
siglos aristocráticos, por lo general hacen depender todos los acontecimientos
de la voluntad particular y del humor de unos hombres determinados, y achacan a
incidentes mínimos las más importantes revoluciones. Ponen de relieve sagazmente
las pequeñas causas y a menudo no perciben las grandes."
Tocqueville había leído la Historia de Florencia, junto
con El príncipe, en 1836, cuatro años antes de publicar la segunda parte
de La democracia en América, a la cual pertenece el párrafo citado más
arriba. El juicio que le merecía Maquiavelo contenía una rotunda reprobación
moral. La Historia de Florencia era para Tocqueville "la obra de un gran
escritor y de un gran político", que mostraba -igual que en El príncipe-
"la misma indiferencia por lo justo y lo injusto; la misma adoración por la
habilidad cualesquiera que sean los medios que ella utiliza; y la misma estima
profunda hacia aquellos que tienen éxito." En suma: un descarnado relato escrito
por alguien capaz de comprender, con invariable neutralidad axiológica, el vicio
y la virtud.
Es posible, sin embargo, que Tocqueville se haya inspirado en
estas narraciones, donde el pueblo, pese a su presencia ocasional, suele hacer
más de coro que de protagonista, para precisar su concepto de historia
aristocrática. Una trama, podríamos añadir a título complementario, en la cual
los actores construyen su vida pública bajo el influjo de pasiones que se nutren
de la memoria familiar; y esta memoria suele ser, en general, facciosa. Vistas
desde este ángulo, las facciones son protopartidos que descargan sobre el área
de las decisiones públicas dosis variadas de discordia y consenso porque cada
una de ellas atesora recuerdos de combates y alianzas posibles. "Cuando los
historiadores de los siglos aristocráticos estudian el teatro del mundo
-proseguía Tocqueville- lo primero que ven es un pequeño número de actores
principales que dirigen toda la trama. Estos grandes personajes que se mantienen
firmes en el escenario atraen su vista y la fijan; ocupados en descubrir los
secretos motivos que les hacen hablar y actuar, olvidan todo lo demás."