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No faltaron opiniones en el ambiente periodístico de 1936 que
vieron en Lo que vendrá un bodrio presuntuoso. El cronista de Crítica
escribió el día 22 que "el abuso de elementos mecánicos [?] la profusión de
grandes conjuntos materiales [?] terminan por dar una impresión de irremediable
puerilidad [?] apenas salvada por algún toque de humanidad [?] que el espectador
espera y saborea como un verdadero respiro en medio de la monotonía irremediable
de su desarrollo". Si nos atenemos a estas palabras, poco remedio parecía tener
el ensayo fílmico de Wells, excepto, se entiende, el valor de unas predicciones
que, naturalmente, no podía ser apreciado en ese momento. Pero, más allá de este
fascinante juego a través del tiempo, el gran público recibía unos mensajes que
gozaban de bien ganada popularidad. En 1937, muchísima gente parecía presa del
convencimiento de que la voluntad ?la decisión brutal de un jefe o la reflexión
inteligente de un sabio puesto a gobernar? podía dominar el curso de la
historia. Fue un período de grandes designios que tenían la peculiaridad de
dirigir la libertad humana de acuerdo con una variedad de dictados.
¿Correspondían estas fantasías a lo que entonces realmente
ocurría? Wells no hubiese dudado un instante en afirmar que sí. Ese planeamiento
de la vida humana, guiado por la razón de los sabios, era en efecto el medio
mejor pertrechado para realizar la felicidad y la unidad del género humano. Como
bien advirtió François Furet, Wells fue un "profeta del Estado mundial", un
socialista poco afecto a la dialéctica de Marx, fascinado con los métodos de la
planificación soviética. La contradicción entre el ideal de una sociedad
planetaria y los revulsivos nacionalismos que brotaban en todos los rincones del
planeta se saldaría con esa palanca construida a fuerza de ciencia y voluntad:
así se conformaría, en definitiva, el perfil del nuevo poder mundial. Wells
había visitado a Lenin en la primavera revolucionaria de 1920 (de resultas de
ello publicó Russia in the Shadows). En 1934 repitió esa peregrinación
para entrevistar a Stalin y no tuvo empacho en decirle al dictador que él se
colocaba a su izquierda. Luego justificó el sometimiento de los escritores en la
Unión Soviética porque eran males provisorios, tal vez inevitables para
construir una sociedad racional.
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Consiga El siglo de la libertad y el miedo de Natalio R. Botana en esta página.
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El siglo de la libertad y el miedo
de Natalio R. Botana
ediciones Editorial Sudamericana
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