La guerra prosigue conducida por dictadores brutales hasta el
momento en que un extraño personaje (el protagonista del filme con más canas,
prófugo en cuadros anteriores del campo de batalla) desciende sobre los
escombros debido a una emergencia de su avanzado aeroplano de hélice, envuelto
en un espléndido mameluco coronado por una escafandra de cristal (algo así como
una enorme lámpara eléctrica). Es el sabio que regresa y es apresado, portador
del mensaje de una civilización creada por científicos y técnicos en las
márgenes del viejo Mediterráneo, que tiene todo dispuesto, bajo su esclarecida
autoridad, para reconstruir el mundo según un plan minucioso. El rescate del
sabio prisionero no tarda en llegar: los tripulantes de unos aviones inmensos,
impulsados por un rosario de hélices, dominan con pulcritud a la gente miserable
con gases que adormecen. El dictador muere y los científicos ponen manos a la
obra. En el año 2036, Everytown es una metrópoli de cristal, aislada de
la naturaleza, limpia e incon-taminada, porque en ella se gradúa el calor, la
luz y el aire, surcada por transportes silenciosos, sujeta al imperio de un
orden mecánico y gobernada por una tecnocracia hereditaria. No obstante, la
intranquilidad social perdura. Justo en el día en que una bella pareja de
jóvenes se embarca dentro de un proyectil que será disparado hacia la Luna por
un cañón descomunal, desbordan los controles varias manifestaciones populares en
contra del progreso. Pese a las protestas, la operación culmina exitosamente.
Satisfecho, el nieto del sabio fundador, filósofo presidente de esa vasta
comunidad, engalanado con sobriedad al modo de un personaje helénico con toques
renacentistas, observa el firmamento, detecta el artefacto y pronuncia una
solemne oración de despedida: presa de enconos y desasosiego, la humanidad no
alcanzará la paz definitiva mientras el hombre no haya saciado su sed de
infinito venciendo los misterios del universo. ¿Y después?
Wells dejó la pregunta abierta. En una entrevista que publicó
La Razón, el domingo 18, sostuvo que la película representaba el
conflicto entre las fuerzas morales y científicas de la humanidad; entre el
espíritu naturalmente conservador y el espíritu de aventura, que formula su
eterno interrogante en los mundos siderales. Sin duda estaba bien encaminado con
respecto a lo que sucedería tres años después. La Segunda Guerra Mundial fue tan
devastadora como sus pronósticos más pesimistas; los bombardeos masivos y la
desintegración del átomo dejaron sobre muchas ciudades indefensas un osario
espeluznante. Wells no previó, sin embargo, los efectos de los antibióticos que
se difundirían por el planeta desde mediados de los años cuarenta. Tampoco se le
ocurrió vaticinar que los experimentos con cohetes de retropropulsión, iniciados
por Werner von Braun en la Alemania nazi en 1934 y proseguidos en los Estados
Unidos, producirían una revolución tecnológica gracias a la cual el hombre puso
pie en la Luna en 1969, precisamente cuando la humanidad se hundía, según
mostraban varios decorados truculentos, en una nueva edad oscura.