Esta invención del futuro no fue la única que fabricó Wells.
Hubo algunas previas y otras posteriores, pero ninguna de ellas ha jugado con
tal desaprensión con el problema de los medios en la acción política. El lector
tiene la impresión de que los prejuicios humanos sólo pueden ser eliminados por
la exageración de su propia lógica y creando con tal propósito un prejuicio
mayúsculo y totalizador. Parecería que en aquel período la voluntad del genio,
sabio o dominador (tanto daba), era una potencia indestructible. El alma de esta
operación fue el pensamiento utópico, al cual Wells siempre brindó rendida
fidelidad. En los años treinta, la utopía había recuperado un vigor capaz de
provocar entusiasmos colectivos. No se trataba solamente de cultivar esta forma
de pensamiento político como lo hacía Wells en su finca de Easton Glebe, en el
condado de Essex, invocando a Platón, Tomás Moro y Saint-Simon, sus grandes
faros intelectuales. Había algo más en el ambiente de esas cósmicas travesías
que convertía las utopías en objetos compartidos por millones de seres humanos
mediante la manipulación de los sentimientos y la propaganda administrada por el
Estado.
La utopía, más que una silueta homogénea como las que diseñaba
Wells con la ayuda de su maestro Platón, era como un ser mitológico, mitad
monstruoso y mitad benigno, mitad violento y mitad pacífico, que pretendía
satisfacer con omnipotencia los impulsos de la pasión y las razones de la mente.
Wells, al fin de cuentas hijo de su tiempo, montó una escenografía donde el
lector podía seguir el curso de un proceso que necesariamente atraviesa una
etapa de violencia redentora, y descansar de inmediato en la contemplación de
esa élite de guardianes del futuro, armada de un saber inexpugnable.
En pleno siglo XX, el ideal platónico de una comunidad cerrada
y armoniosa se desconectó del particularismo propio del pensamiento griego,
ubicado dentro de los límites estrechos de la polis, y adoptó el mundo
entero como marco de la acción política. El rey filósofo se convirtió así en
magistrado del universo, enhebrando de este modo una continuidad de propósitos
con aquel primitivo arquetipo: el filósofo de Platón y los científicos de Wells
eran, en efecto, dueños de la libertad de sus semejantes, con el aditamento de
que cuando en el siglo XXI los científicos dieran por concluida su misión
educadora, el mundo habría vencido definitivamente la dominación del hombre
sobre el hombre y, en consecuencia, la ignorancia y la escasez. Este uso poco
atento y en extremo frívolo de Platón, Darwin y Marx en el plano de las ideas,
ilustraba asimismo lo que ocurría en el orden fáctico. Y a veces la realidad
superaba con holgura a las palabras.