El Consejo Mundial logra establecer la Dictadura del Aire y con
ello demuele la vieja ambición del dominio territorial ejercido por estados
soberanos. Explorador del espacio que rodea la corteza terrestre, Wells imagina
una serie de conferencias internacionales que imponen controles sobre los
transportes, la alimentación, la propaganda y la educación; como si desde el
aire descendiera en cada rincón de la tierra un esquema de poder tentacular.
Desde luego hubo resistencias porque la propiedad privada y la codicia de los
individuos no eran fáciles de abolir. Menos obstáculos encontraron estos
legisladores del mundo para legalizar la eutanasia o eliminar monstruos deformes
y practicar diversos métodos de esterilización que mejorasen la "herencia
racial" de la humanidad. Las minorías de mujeres "insatisfechas y agresivas" y
la ortodoxia de los judíos inflamada por "el sueño de un fantástico estado
independiente" en Palestina también perturbaron el designio de los sabios
gobernantes y provocaron, codo a codo con otras minorías extremistas, violentas
rebeliones. Esa gente (entre la que sobresalía un pintoresco personaje llamado
"Juanita la argentina", "mujer muy original", amante de un artista itinerante)
reclamaba, con escasa percepción de la obra trascendente de la dictadura,
libertad de pensamiento, libertad de enseñanza, libertad económica, libertad
religiosa, libertad frente a la obligación del inglés básico e independencia de
los poderes extranjeros. Las rebeliones son finalmente aplastadas con un saldo
preciso de 120.000 muertos incluyendo 47.066 ejecuciones polí-ticas.
La dictadura del aire, sin duda poco razonable, fue un camino
inevitable hacia el renacimiento. "Se la puede llamar tiranía -concluye Wells-
pero fue de hecho una liberación, no reprimió a los hombres sino las
obsesiones". Mediante este reparador ejercicio de la violencia, el mundo fue
sistemáticamente vaciado de los antiguos prejuicios. Hasta los judíos, sin
necesidad de ser suprimidos y exterminados, fueron educados "para salir de su
singularidad y de su egoísmo racial en poco más de tres generaciones". De este
modo, una vez que la educación centralizada y unificante hubiese transformado
"la mentalidad propietaria" en una "mentalidad de servicio", el mundo estaría en
condiciones de organizar "la plenitud de la vida". Este término, que Wells
adopta de Ortega, no sólo significa el apogeo de una humanidad feliz, al fin
libre de religiones, obsesiones y prejuicios, que ha superado la etapa
dictatorial y se autogobierna, sino también el fin de la historia que tejieron
los conflictos, las guerras y la dominación. Fin de la historia y fin de la
ficción. Cuando murió en 1946, el obituario del New York Times dijo que
Wells "soñaba con una utopía sin Parlamento, sin política, sin riqueza privada,
sin competencia comercial, sin locos, sin anormales ni inválidos". Éste es el
sueño (y la pesadilla) de The Shape of Things to Come.