La fama literaria de Wells llegó a Buenos Aires. Sin embargo,
cuatro décadas después de que se difundieran los relatos magistrales de fines
del XIX (entre otros The Time Machine, 1895; The Invisible Man,
1897; The War of the Worlds, 1898), Jorge Luis Borges añoraba desde las
páginas de Sur, en julio de 1937, al "antiguo narrador de milagros
atroces". Borges, comentarista en esa oportunidad de dos libros de Wells, The
Croquet Player y Star Begotten, parecía no sentir mayor atracción por
el Wells de la década del treinta, un productor de "imprudentes enciclopedias"
acerca de la historia universal dadas a conocer en 1920 y 1922, cuyas
espectaculares cifras de ventas se medirían muy pronto en millones de
ejemplares. Estos juicios no afectaban, por cierto, su apego a ese gran maestro
de la imaginación. Tiempo más tarde, en un breve prólogo fechado en 1985 a La
máquina del tiempo y El hombre invisible, Borges declaró que el
"hecho de que Wells fuera un genio no es menos admirable que el hecho de que
siempre escribiera con modestia, a veces irónica".
Es posible que el lector encuentre rastros de modestia en
aquellos relatos de ficción, tan notorios, acaso, como la absoluta confianza en
las virtudes propias de un legislador universal del porvenir que se desprenden
de sus ideas sociológicas y ensayos políticos. Wells fue un intelectual capaz de
interpretar todos los registros del saber y no quedar satisfecho, él mismo y
quien lo leía, con ninguno. En esa ambiciosa tarea lo acompañaron muchos
contemporáneos, aunque muy pocos tuvieron a mano un aparato de difusión
comparable al suyo. Si admitimos este anacronismo, hoy podríamos decir que Wells
fue un modelo de intelectual "mediático". En octubre de 1938 conoció la gloria
de la radio gracias al servicio que le brindó Orson Welles, cuando a ese joven y
aún desconocido actor de teatro se le ocurrió dramatizar La guerra de los
mundos en una impactante audición radiofónica emitida desde Nueva York. El
programa -un astuto montaje de noticieros imaginarios sobre la invasión de unos
horribles marcianos que destruían todo a su paso- provocó escenas de pánico y
algunos tumultos en la calle con una buena cantidad de huesos rotos,
contusiones, abortos e importantes demandas judiciales por daños y perjuicios. A
partir de esa noche, Orson Welles se hizo célebre, un atributo sin duda
innecesario para su cuasi homónimo Wells.