La historia que se ejerce como un combate ideológico niega el
conocimiento del pasado que se apoya en el uso de la perspectiva. La memoria
unida al faccionalismo configura acaso el obstáculo más serio para aprehender la
historia más próxima, coetánea con nuestra circunstancia. Éstas, entre otras,
son las dificultades que se yerguen frente a la historia contemporánea y a la
reconstrucción histórica del acontecer político que nos circunda y condiciona.
Obviamente, este cometido no sólo atañe al oficio del historiador sino, en
general, a las ciencias sociales. De lo contrario, si se acepta una frase feliz
de Hegel, estaríamos negando el pasaje de la historia inmediata a la historia
reflexiva.
Por cierto que en estas operaciones subyace una raíz teórica
sin la cual es imposible sustentar las proposiciones propias de las ciencias
humanas. Norberto Bobbio decía, siguiendo el rastro de Kant, que la teoría
política sin historia queda vacía y la historia sin teoría está ciega. Podríamos
acumular más citas para redondear estos criterios sobre los cuales se apoya la
historia contemporánea. Sin embargo los problemas aludidos arriba no son tan
fáciles de despejar. Vienen a cuento los interrogantes que Raymond Aron formuló
en sus lecciones sobre la historia, expuestas entre 1972 y 1974, y que, por otra
parte, resumen el hilo argumental de toda su obra: "¿cómo es posible -se
preguntaba- conocer a la vez la sociedad en la que se vive y a uno mismo?; ¿cómo
se lleva a cabo la dialéctica entre la sociedad que me hace ser lo que soy, y yo
que quiero definirme en relación a ella?; ¿qué debo hacer en una sociedad a la
que conozco mal, ante un porvenir que, como todo el mundo, no puedo prever?".
Estas preguntas encierran la grandeza y servidumbre de un tipo de conocimiento
que tiene por finalidad entender las intenciones y efectos -queridos y no
queridos- de la acción política. El mismo método es aplicable al pasado mediato
y, sin embargo, no es exactamente lo mismo reconstruir el lejano escenario de
las guerras civiles argentinas en el ochocientos que el período habitado por el
terror recíproco de la década del setenta de este siglo. En ciertos países (la
Argentina es uno de ellos) la historia contemporánea debe lidiar con memorias
azotadas por crímenes, torturas, exilios, silencios y complicidades.
Pero en 1937 estos recaudos, si bien sobrevivían en las
universidades de países cuyos regímenes políticos garantizaban la libertad
académica, sufrían el repudio de una cultura donde las profecías seculares eran
una forma simbólica del asesinato político. La primera actitud solía justificar
la segunda porque, en gran medida, se había llegado al convencimiento de que la
voluntad humana podía ejercer un control eficaz sobre el futuro.