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Cuando esta última actitud termina imponiéndose en el debate
histórico, los resultados y efectos que ella produce suelen ser devastadores.
Hace veinte años, en un ensayo escrito con Ezequiel Gallo (La inmadurez
histórica de los argentinos), analizamos con inquietud un estilo muy
argentino de hacer historia que combinaba dos formas de aproximación al pasado.
En ese tiempo, empañado por las peores atrocidades, no se había apagado aún el
eco de una militante polémica entre la vulgarmente llamada "historia liberal u
oficial" y su contrapartida, el "revisionismo histórico". El combate tenía por
objeto apropiarse de la entera verdad del pasado gracias al estridente montaje
que cada bando producía con los legados de una memoria partidista y con
explicaciones causales afincadas en grandes generalizaciones: dos decorados para
un mismo escenario. La lucha se entablaba entonces entre panteones imaginarios.
En ellos yacían unos héroes que habían derrotado a otros personajes condenados
por el propio historiador a representar el papel de antihéroes. El contrapunto
entre, por ejemplo, Mitre y Sarmiento en pugna con Rosas y Quiroga, estiraba,
colocándola patas arriba, una matriz ideológica que había nacido en el siglo
pasado (el denostado tirano de antaño se convertía en victorioso campeón de la
contienda histórica), y se engarzaba con conceptos omnicomprensivos como la
dialéctica entre imperialismo y vasallaje, o la fragua de la independencia
nacional. El poder de estas palancas explicativas permitía sortear con creces,
se creía, una laguna empírica o un bache lógico.
Estas actitudes ante el pasado eran tributarias de las
discordias del presente y reproducían, casi a pie juntillas, una línea de
combate histórico que se originó en Francia, en tiempos de la revolución de
1789, e invadió muy pronto las culturas española e hispanoamericana. Sus efectos
recorrieron un largo trayecto que tuvo la peculiaridad de disminuir en
intensidad en algunos tramos para luego reaparecer con renovada virulencia. Las
brasas de estas memorias ocultas en ciertos momentos del XIX se avivaron con
fuerza en el siglo XX, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, y en las
décadas posteriores en nuestro país. ¿Historia al servicio de concepciones
hegemónicas o historia plural? ¿Autonomía del conocimiento histórico o
dependencia del mismo de otros criterios impuestos por el poder, la ideología o
una combinación de ambos?
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de Natalio R. Botana
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