«¡Tres días de horribles sufrimientos y luego la muerte! ¡Pero
si eso puede también ocurrirme a mí de repente, ahora mismo!» -pensó, y durante
un momento quedó espantado. Pero en seguida, sin saber por qué, vino en su ayuda
la noción habitual, a saber, que eso le había pasado a Ivan Ilich y no a él, que
eso no debería ni podría pasarle a él, y que pensar de otro modo sería dar pie a
la depresión, cosa que había que evitar, como demostraba claramente el rostro de
Schwartz. Y habiendo reflexionado de esa suerte, Pyotr Ivanovich se tranquilizó
y empezó a pedir con interés detalles de la muerte de Ivan Ilich, ni más ni
menos que si esa muerte hubiese sido un accidente propio sólo de Ivan Ilích,
pero en ningún caso de él.
Después de dar varios detalles acerca de los dolores físicos
realmente horribles que había sufrido Ivan Ilich (detalles que Pyotr Ivanovich
pudo calibrar sólo por su efecto en lòs nervios de Praskovya Fyodorovna), la
viuda al parecer juzgó necesario entrar en materia.
-¡Ay, Pyotr Ivanovich, qué angustioso! ¡Qué terriblemente
angustioso, qué terriblemente angustioso! -Y de nuevo rompió a llorar.
Pyotr Ivanovich suspiró y aguardó a que ella se limpiase la
nariz. Cuando lo hizo, dijo él:
-Créame... -y ella empezó a hablar otra vez de lo que
claramente era el asunto principal que con él quería ventilar, a saber, cómo
podría obtener dinero del fisco con motivo de la muerte de su marido. Praskovya
Fyo dorovna hizo como sí pidiera a Pyotr Ivanovich consejo acerca de su pensión,
pero él vio que ella ya sabía eso hasta en sus más mínimos detalles, mucho más
de lo que él sabía; que ella ya sabía todo lo que se le podía sacar al fisco a
consecuencia de esa muerte; y que lo que quería saber era si se le podía sacar
más. Pyotr Ivanovich trató de pensar en algún medio para lograrlo, pero tras dar
vueltas al caso y, por cumplir, criticar al gobierno por su tacañería dijo que,
a su parecer, no se podía obtener más. Entonces ella suspiró y evidentemente
empezó a buscar el modo de deshacerse de su visitante. Él se dio cuenta de ello,
apagó el cigarrillo, se levantó, estrechó la mano de la señora y salió a la
antesala.