Los amigos más allegados habían sido Fyodor Vasilyevich y Pyotr
Ivanovich. Pyotr Ivanovich había estudiado Leyes con Ivan Ilich y consideraba
que le estaba agradecido.
Habiendo dado a su mujer durante la comida la noticia de la
muerte de Ivan Ilich y cavilando Sobre la posibilidad de trasladar a su cuñado a
su partido judicial, Pyotr Ivanovich, sin dormir la siesta, se puso el frac y
fue a casa de Ivan Ilich.
A la entrada vio una carroza y dos trineos de punto. Abajo,
junto a la percha del vestíbulo, estaba apoyada a la pared la tapa del féretro
cubierta de brocado y adornada de borlas y galones recién lustrados. Dos señoras
de luto se quitaban los abrigos. Pyotr Ivanovich reconoció a una de ellas,
hermana de Ivan Ilich, pero la otra le era desconocida, Su colega, Schwartz,
bajaba en ese momento, pero al ver entrar a Pyotr Ivanovich desde el escalón de
arriba, se detuvo a hizo un guiño como para decir: «Valiente lío ha armado Ivan
Ilich; a usted y a mí no nos pasaría lo mismo.»
El rostro de Schwartz con sus patinas a la inglesa y su cuerpo
flaco embutido en el frac, tenía su habitual aspecto de elegante solemnidad que
no cuadraba con su carácter jocoso, que ahora y en ese lugar tenía especial
enjundia; o así le pareció a Pyotr Ivanovich.
Pyotr Ivanovich dejó pasar a las señoras y tras ellas subió
despacio la escalera. Schwartz no bajó, sino que permaneció donde estaba. Pyotr
Ivanovich sabía por qué: porque quería concertar con él dónde jugarían a las
cartas esa noche. Las señoras subieron a reunirse con la viuda, y Schwartz, con
labios severamente apretados y ojos retozones, indicó a Pyotr Ivanovich
levantando una ceja el aposento a la derecha donde se encontraba el cadáver.
Como sucede siempre en ocasiones semejantes, Pyotr Ivanovich
entró sin saber a punto fijo lo que tenía que hacer. Lo único que sabía era que
en tales circunstancias no estaría de más santiguarse. Pero no estaba
enteramente seguro de si además de eso había que hacer también una reverencia.
Así pues, adoptó un término medio, Al entrar en la habitación empezó a
santiguarse y a hacer como si fuera a inclinarse. Al mismo tiempo, en la medida
en que se lo permitían los movimientos de la mano y la cabeza, examinó la
habitación. Dos jóvenes, sobrinos al parecer -uno de ellos estudiante de
secundaria-, salían de ella santiguándose. Una anciana estaba de pie, inmóvil,
mientras una señora de cejas curiosamente arqueadas le decía algo al oído. Un
sacristán vigoroso y resuelto, vestido de levita, lefa algo en alta voz con
expresión que excluía toda réplica posible. Gerasim, ayudante del mayordomo,
cruzó con paso ingrávido por delante de Pyotr Ivanovich esparciendo algo por el
suelo. Al ver tal cosa, Pyotr Ivanovich notó al momento el ligero olor de un
cuerpo en descomposición. En su última visita a Ivan Rich, Pyotr Ivanovich había
visto a Gerasim en el despacho; hacía el papel de enfermero a Ivan Ilich le
tenía mucho aprecio. Pyotr Ivanovich continuó santiguándose a inclinando
levemente la cabeza en una dirección intermedia entre el cadáver, el sacristán y
los ¡conos expuestos en una mesa en el rincón. Más tarde, cuando le pareció que
el movimiento del brazo al hacer la señal de la cruz se había prolongado más de
lo conveniente, cesó de hacerlo y se puso a mirar el cadáver.