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finalmente se oyeron los ladridos de los perros en el patio, y a los pocos instantes se percibió el ruido de pasos precipitados en la escalera..

Era el doctor Bruck, que se detuvo un momento como petrificado en el umbral del aposento ; luego dejó apresuradamente el bastón y el sombrero sobre la mesa. y se, acercó al lecho.

Al aparecer el médico, todos los circunstantes guardaron absoluto silencio, sólo interrumpido para preguntar si su sentencia, había de ser de vida o de muerte, para el enfermo.

- ¡Si a lo menos recobrase por un instante el uso de los sentidos!-profirió en voz baja y trémula la afligida ama de llaves.

- Será muy difícil - repuso el doctor, mientras examinaba, al enfermo, de cuyo rostro, había desaparecido toda huella de color.-¡ Vamos, hay que armarse de valor! - añadió, observando que la vieja, sirvienta estaba a punto de prorrumpir en sollozos y lamentos.- En vez de llorar dígame usted por qué razón su amo ha abandonado el lecho.

Y así diciendo tomó la lámpara que había sobre la mesita de noche y se puso a, examinar el suelo, que estaba lleno de rojas manchas en derredor de la cama,.

-Esa sangre es de las vendas que estaban empapadas -hizo notar, visiblemente turbado, el consejero.

Susana aseguró con más firmeza, que, el joven que el enfermo no se había, movido del lecho,, conforme a, las prescripciones del doctor.

El médico movio la, cabeza, con gesto de incredulidad.

- Esa hemorragia - repuso - ha sido producida por una causa externa, por un fuerte sacudimiento... de esto no cabe la, menor duda.

- ¡Qué quieres que te diga! ... repito que no -contestó el consejero.

El médico le miraba, fijamente.

Qué significa, esa mirada, escrutadora? Si el enfermo, en un momento de delirio producido por la, fiebre, se hubiera lanzado, de la, cama, al suelo, no, sé por qué razón te lo había de ocultar.

De esta manera el consejero no se apartaba, de la línea de conducta que se había trazado, la de seguir el camino de las reticencias. Oprimiásele, empero, la, garganta al pronunciar las últimas palabras que encerraban... una mentira, pues a, fin de salvar el honor exterior sacrificaba, la, estimación en que, se tenía a si mismo. Indudablemente, ningún reproche podía hacerse antes de aquel momento; pero acababa de mentir con la frente. alta ; y aunque ningún perjuicio causaba a, nadie, habíase herido en lo más profundo de su honra y de su vida. La verdad no puede separarse del honor, al que vive inseparablemente unida, y cuando se la, ultraja, se mancilla aquél.

El médico no replicó. Gracias a los cuidados que le prodigó, el molinero abrió los ojos, pero sólo fue para pasear vagamente su mirada por la sala, esa, mirada, vidriosa, e incierta de los moribundos. Hizo un esfuerzo para hablar, pero de su garganta no pudo salir más que un estertor y algún sonido, inarticulado.

Pocas horas después el consejero Romer abandonaba el molino del castillo... ¡ todo había concluido! El juzgado se personó inmediatamente en el molino, solicitado por el consejero, con objeto de poner los sellos en todas las puertas, pues Romer, hombre previsor y de conciencia recta, quiso ser testigo de que todo quedaba en orden antes de retirarse a su domicilio.

 
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de Eugenia Marlitt

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