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Le repugnaba, tener que mirar el rostro poco simpático del paciente y sus gruesas y callosas manos, que habían blandido muy a menudo el látigo para, arrear los escuálidos caballos del molino.

A través de los cristales de, la ventana, se veían a, lo lejos los seculares castaños, despojados de hojas.

Todo pequeño espacio circular o cuadrado, formado por la variada combinación de las ramas entrelazadas, servía de marco a algún paraje de la comarca, a cual más atrayente, si bien el tenebroso horizonte de diciembre y los vapores que se desprendían del cercano lago, velasen a la vista, las innumerables y fragantes violetas que, se extendían sobre las cimas de los collados próximos.

Un edificio alto, sólido, que a guisa de coloso de piedra, surgía en la ribera, del lago, era l, fábrica de hilados del consejero Romer.

También él nadaba. en las riquezas : ocupaba, a centenares de operarios, y la, industria, que ejercía hacíalo, en cierto modo dependiente del molinero del castillo.

Los molinos, construidos desde hacía siglos por los señores feudales de aquella, comarca, estaban dotados de increíbles privilegios, todavía vigentes, los cuales alcanzaban a, una gran parte del río, haciendo dura, y difícil la, vida de aquellos habitantes.

Acerca de la observancia de estos auténticos derechos, el molinero del castillo era inexorable y enseñaba, los dientes al que tratase de verlos en lo más mínimo.

Al principio, había, sido simple arrendador, pero, poco a poco., había alargado los brazos a la chita callando, de tal manera que, se convirtió no solamente en propietario del molino sino también del dominio feudal. Esta última, adquisición fue la que, le puso en condiciones de casar a su hija única con el banquero Mangold. El castillo, al que daban el nombre de villa, deliciosa, morada situada en medio de un parque, que era, considerado como uno de los mejores palacios de la región, habíalo arrendado al banquero, que lo habitaba obediente y sumiso al vicio y ladino molinero.

Poco antes de la, operación, Sommer había, hecho testamento. El notario y los testigos habíanse encontrado en la escalera, con el doctor Bruck y con el consejero.

Aunque, el enfermo había aparentado gran frialdad y firmeza de ánimo, en su interior debía reñirse empeñada batalla; con mano agitada Y trémula, había, puesto su firma al pie de aquel documento que contenía su última voluntad, y rogó a Romer que se apresurase a guardarlo en el armario.

En la habitación contigua tenía el molinero su tesoro; y al entrar en ella, observó el consejero que el escritorio estaba abierto. Si el anciano enfermo lo hubiese visto habría aullado, seguramente, como un obseso.

 
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En casa del consejero de Eugenia Marlitt   En casa del consejero
de Eugenia Marlitt

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