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Las mejillas del médico se tiñeron del color de la púrpura, y el tono de su voz denunció profundo abatimiento cuando replicó,:

-Tengo necesidad de llegar sin pérdida de momento a la ciudad, y, por consiguiente, iré a través del parque.

- Doctor, ¿has visto hoy a Flora?

- ¿Supones que me es tan fácil verla? Yo...

Se interrumpió y mordiose los labios mientras se guardaba en el bolsillo la cartera, de los instrumentos.

- Tengo muchos enfermos - prosiguió con manifiesta calma ; - la hija del negociante Lenz morirá quizá esta noche. No está en mi mano salvar a esa muchacha, pero sus padres, abatidos ya por las fatigas y angustias de la vida que llevan, cuentan por siglos los minutos que tardo en volver a su casa para visitar a la querida enferma La madre tiene ciega confianza. en mí, sólo a, mí obedece y no toma alimento sí yo no se lo impongo.

Se acercó luego al lecho. El enfermo, que ya había recobrado por completo el uso de sus facultades, le miró fijamente. Dos círculos rojos rodeaban sus ojos en los que brillaba, la expresión del más vivo reconocimiento, por el instantáneo alivio que el doctor le había proporcionado. Quiso tender la mano a su salvador, pero éste le contuvo, ordenándole imperiosamente que se abstuviese, de hacer todo movimiento repentino y rápido.

- El consejero se quedará aquí a su lado, señor Sommer, pues comprende que mis prescripciones deben ser escrupulosamente observadas - añadió el médico.

Al anciano enfermo, le pareció justa la intimación, volvió sus ojos hacia el consejero, el cual asintió a las palabras del doctor con un movimiento de cabeza, y trató de dormirse, para hallar descanso en el sueño.

El doctor Bruck tomó el sombrero, estrechó la mano del consejero Romer y salió del aposento.

Si una mujer afectuosa y compasiva se hubiera hallado a la cabecera, del aquel lecho, seguramente habría experimentado ese sentimiento de abandono v angustia que oprime el corazón de una madre que sólo siente algún consuelo con la, presencia, del médico; pero junto a la cama del molinero no, se podía, notar ningún afecto.

La vieja ama de llaves, cuidadosa sólo de limpiar y retirar todo lo que había servido para, la operación, aparentaba la, mayor tranquilidad ; huyó como murciélago espantado de la cabecera, del enfermo, y las gotas de agua que el doctor había, esparcido, sobre la mesa parecía que le inquietaban más que el grave peligro que amenazaba a su amo.

 
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