- Nadie ha podido entrar en este aposento decía el
caballero para tranquilizarse a sí mismo; - el más ligero rumor
hubiérame llamado la atención.
Pero tenía que asegurarse, de que no faltaba nada.
Abrió la puertecilla todo lo que pudo procurando no hacer ruido; los
saquitos llenos de oro estaban intactos; las joyas, los valores y los
montoncitos de monedas de oro parecía, que nadie los había,
tocado. i Qué inmensos tesoros encerraba aquel armario!
Romer tocó, sin querer, uno de los montoncitos de oro, y
cayeron sobre el pavimento gran número de monedas, produciendo mucho
ruido. El espanto y la, vergüenza, ocasionados por el temor, de que
pudieran abrigar sospechas de él, tiñeron de púrpura las
mejillas del consejero, que se inclinó inmediatamente para recoger las
monedas esparcidas pero, en aquel momento cayó sobre él un cuerpo
pesado y sintió que le apretaban la garganta como con tenazas
fortísimas: eran los dedos robustos y groseros del viejo molinero que le
estrangulaba gritando :
-¡Miserable! ¡bribón bandido !
¡Todavía no he muerto!
Siguíóse una lucha que duró escasamente un
par de minutos. El joven consejero hubo de apelar a toda su fuerza y agilidad
para, desprenderse de los brazos del viejo que, como una fiera, habíase
precipitado sobre, él, apretándole de tal manera la garganta que
el joven tenla los ojos casi fuera, de las órbitas y apenas podía,
respirar. Finalmente, hizo un poderoso esfuerzo, y con un brusco movimiento
logró rechazar violentamente a, su agresor y ponerse en pie. El viejo
molinero se tambaleó y cayó al suelo desplomado.
- ¿Estás loco, papá,?- dijo el consejero
jadeante.- ¿Qué significa, esta extravagancia, esta
agresión inmotivada?
Pero en seguida enmudeció aterrorizado.
El vendaje que rodeaba, el cuello del enfermo
tiñóse repentinamente de rojo escarlata, y la sangre corría
a borbotones con increíble rapidez : era preciso cortar aquella
hemorragia sin pérdida de momento. ?
- ¡ Yo tengo la culpa de esta desgracia! - decía,
para sí el estupefacto consejero. - No, no - añadía para
tranquilizar su conciencia al mismo tiempo que tomaba en sus brazos al enfermo
para volverlo al lecho.
Pero el viejo lo rechazó encolerizado, señalando
con la mano las monedas de oro esparcidas por el suelo ; fue preciso, por lo
tanto, recogerlas una a una y ponerlas de nuevo formando pila en el sitio de
donde habían caído.
Cuando Romer hubo cerrado el armario, en su presencia, y le
puso las llaves en la, mano, el molinero se retiró, tambaleándose,
a, su habitación y se dejó caer en la cama, mientras a los
repetidos gritos de «i socorro 1» lanzados por el consejero
aparecían prontamente dos mozos del molino y el ama de, llaves Susana,
los cuales, al entrar en la sala,, quedáronse estupefactos viendo el
cuerpo rígido del enfermo que, con ojos vidriosos, fijos en Romer,
respiraba, ruidosamente, a, medida que la, mancha sanguinolenta, iba
aumentando.