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Susana colocó una lámpara encendida, sobre la mesita de noche, y a, cada, instante corría, hacía la puerta de, la calle para ver si llegaba, el médico ; luego volvía a la cabecera de la cama, temblando de terror ante el espectáculo lúgubre que producía, en aquella estancia, la pálida luz de la lámpara.

Al cabo de pocos minutos, el molinero cerrólos ojos y dejó caer al suelo la llave que hasta aquel momento apretara entre sus dedos crispados: había vuelto a desmayarse.

El consejero tomó involuntariamente la llave para colocarla en lugar seguro; pero al tocarla cruzó por su mente un pensamiento que le hizo estremecer: ¿Cómo interpretaría el mundo el papel que él había desempeñado en tales circunstancias?

Romer conocía, muy bien esa fuerza temible que se llama, opinión cuando frecuenta los salones, y que en realidad se denomina, calumnia, cuando se le despoja de su máscara oficial. Tuvo un instante la, visión clara, y neta, de esta abominable bruja que, tomando toda clase de aspectos, se desliza hasta la mesa del whist sonriendo maliciosamente y se sienta a la, mesa del te, elevando los ojos al cielo con equívoca expresión, y se encoge de hombros susurrando al oído del que está a su lado : «¿ Qué se le había perdido al consejero Romer en la caja del molinero?

Pero esto no era todo. Después de la pérfida insinuación, tanto más peligrosa cuanto más velada, venía, la acusación propiamente dicha. El tenía enemigos, como no faltan a todos los favorecidos de la fortuna; a todos los que escalan los puestos elevados merced a su trabajo y a su talento; sabía, que los envidiosos están siempre apercibidos para, manchar la. reputación más acrisolada, y no ignoraba que los que le querían mal no desaprovecharían la, ocasión que la desgracia del molinero. les ofrecía para cebarse en la honra del voluntario enfermero. Estaba seguro de, que al día siguiente se diría que la operación había dado el resultado apetecido, pero que la excitación experimentada por el paciente al sorprender al consejero Romer en el momento que, abría subrepticiamente su caja de caudales, le habla ocasionado aquella, horrible hemorragia, que le condujo al sepulcro.

Estaba seguro de que el nombre de Romer se vería envuelto en un ruidoso proceso y que estaba obligado a, desvirtuar todas las imputaciones qué pesaran sobre él. ¿Pero qué testigos de descargo podría presentar si el molinero le denunciaba ? ¿Sería suficiente el prestigio de su nombre honrado, el brillo jamás empalado. de su fama acrisolada?

Al hacerse esta pregunta, el consejero sonrió amargamente, pues sabía muy bien con qué voluptuosidad se precipita la maledicencia, sobre la presa de una reputación sin mancilla.

Absorto en estos tristes pensamientos, enjugábaze el frío sudor que perlaba su frente. Luego, esforzándose por sobreponerse a su emoción, se inclinó sobre el enfermo, que continuaba en estado comatoso, al cual la sirvienta, ponía en las sienes paños empapados en agua y vinagre.

De pronto notó que la palidez de la muerte cubría el rostro del anciano molinero.

-Si este hombre - se dijo entonces - no recupera los alientos necesarios para referir lo que ha ocurrido, todo quedará en el más profundo misterio.

 
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En casa del consejero de Eugenia Marlitt   En casa del consejero
de Eugenia Marlitt

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