- Le ruego, Susana, que deje ese quehacer para otro momento ,-
le dijo cortésmente el consejero.- Hace usted crujir la mesa, de una,
manera que crispa los nervios. El doctor Bruck ha recomendado muy
encarecidamente, que no se moleste lo más mínimo al enfermo.
Susana dejó prontamente el estropajo y la jofaina y
salió a recuperar en la cocina la calma perdida.
En el aposento del paciente reinó todo el silencio y la,
quietud posibles.
A través del pavimento se oía el incesante, y
acompasado ruido producido. por las ruedas que movían las piedras del
molino; a más distancia, percibíase, el estrépito de las
aguas que caían de la esclusa, repitiendo su eterna melodía.
Bandadas de palomos revoloteaban en torno de las gigantescas y
anchas copas de los añosos castaños en que se arrullaban durante
el día, y al atardecer se posaban en el alféizar de, la ventana,,
haciendo, más tenebroso el aposento del enfermo. Pero estos ruidos no
molestaban en todo alguno al anciano, pues formaban como parte, de su
existencia, y, por otro lado, sólo daba señales de vida, con las
regulares palpitaciones de su corazón.
- ¡ Cuán repugnante era, sin embargo, el rostro
del molinero que el hombre elegante, fiel a su promesa, velaba con solicitud
sentado junto a la cabecera del lecho! Ni la, vulgaridad de su semblante ni la
brutalidad y dureza de su carácter, reflejada en sus labios gruesos y
carnosos, habíanse manifestado jamás como, en aquel momento en que
el sueño y la, debilidad hacían más pronunciados los rasgos
de su fisonomía.
Los comienzos del anciano molinero no pudieron ser más
humildes: empezó por mozo de aquel mismo molino, poco a poco, con el con
el comercio de grano, llegó a, reunir una fortuna, tan considerable, que
ocupaba, un lugar prominente entre los poderosos del dinero; y, a, pesar de sus
riquezas, yacía en un viejo y rústico lecho colocado en pobre y
sombría habitación.
Tal vez era a causa, de su fortuna, por lo que el consejero le
daba, el afectuoso título. de papá, pues ni una, gota, de sangre
les unía, con vínculos de parentesco.
El difunto banquero Mangold, con cuya hija, de primer lecho
habíase casado el consejero Romer, había, contraído
matrimonio en segundas nupcias con una hija del molinero; éste era el
único vínculo de afinidad que existía, entre el enfermo y
el elegante caballero que con tanta solicitud le velaba.
El consejero se levantó, y retirándose lentamente
de la cama, se acercó a la ventana.
Era un hombre joven, vivo y activo que no podía,
soportar por mucho tiempo el silencio y una, penosa contemplación sin que
se alterase todo su sistema nervioso.