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¡Oh! poseer, guardar una imagen semejante de su hija en el momento en que la infancia declinaba sobre su dulce frentecita, y cambios imprevistos iban a hacer dé ella otra Bérangère...

Alegría sorda deseo agudo, que ardían en el corazón maternal.

Pero Solange sintió al mismo tiempo una cólera celosa, y una especie de ofensa a un pudor secreto. ¿Cómo un hombre y ese hombre, a quien ella odiaba entre todos, había podido apoderarse artísticamente, hasta en su gracia más misteriosa de esa fisonomía de esa alma de criatura, emanación de ella misma, y a la que, según se había figurado, ella era la única que conocía?.. Su hija... su hijita... su Bérangère, que iba a sentirse halagada al verse así, que iba a hacer de eso un motivo de tonto orgullo, y probablemente también de absurda predilección por el artista.

-Creía -dijo con frialdad -que hacia usted acuarela o pastel.

-¿Esto no le gusta señora?

-Me parece que el procedimiento de los tres lápices es duro para un retrato de criatura.

-¿Le parece a usted duro este retrato, señora?

Bérangère, apretaba la mano a la madre, como para decir:

-No le causes un disgusto...

Y Solange no pudo soportar eso...

-Anda hija mía -ordenó. -Déjanos. Retírate con la señorita Margarita. Tengo que hablar con el Duque de Stabia.

Una expresión desolada alteró el gracioso rostro. Bárangère sentía una desaprobación y no la comprendía. ¿Era posible que no le gustara a la mamá esa imagen, en la que tan linda se encontraba ella... linda del modo como deseaba serlo? ¿O había cometido ella alguna falta sin querer? ¿O lo que le parecía lo menos probable de todo, podían haberse enojado con ese delicioso Marco, que la había mirado para estudiar su rostro, con ojos tan llenos de cosas nobles y dulces, ojos que ella quería contemplar largo tiempo mientras le hablara él de su viejo palacio sobre el Arno, de la mamá que había tenido, de los jardines donde había jugado en su niñez?

-Venga Bérangère -dijo la institutriz, que se había levantado.

Cuando se quedó sola con Marco, la señora de Herquancy, le dijo:

-Duque de Stabia ¿sabe usted qué es lo quo hay entre nosotros?

-Mi respeto, señora. Y mi admiración, muy, ferviente, muy humilde.

-No, señor. Mi odio... Tan grande que lo borra todo... No hay más que eso entre nosotros; entiéndalo bien... No hay más que odio, junto con el desprecio que en él entra.

-No lo he merecido.

-Está bien. Si le hablo de él es para decirle esto: Tenga cuidado. Puedo no soportar por mucho tiempo que el infame de quien se ha hecho usted cómplice me imponga la presencia de usted, y me imponga que lo vea a usted captarse la confianza la inocente amistad de mi hija... Está usted en mi casa contra mi voluntad. Se sentará usted a mi mesa porque todavía no me es posible echarlo de ella. ¿Le conviene a usted frecuentar esta casa ahora que le he dicho eso en la cara?

 
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El calvario de una mujer (tomo II) de Daniel Lesueur   El calvario de una mujer (tomo II)
de Daniel Lesueur

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