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Saltaron lágrimas a los ojos del joven. Muy pálido, no se movió, no dijo una palabra. La Condesa después de tirar al suelo los restos del papel, salió de la galería. Un sufrimiento complicado la desgarraba. Dolíale la pérdida de ese admirable retrato de su hija. Creía haber sentido la impresión de que, bajo sus dedos destructores, el gracioso rostro se había quejado. Y los ojos del artista esos ojos de hombre, que se habían humedecido, llenos de reproche mudo, no le parecían, dijera ella lo que dijese, ojos de criminal.

Al dirigirse al comedor, encontró a Bérangère.

-Mamá ¿quieres permitirme que almuerce con nosotros?

-Pero ¿no almuerzas todos los días en nuestra mesa con tu aya?

-Cuando hay alguien de fuera no.

-Es cierto. ¿Por qué lo pides entonces?

-Porque el Duque de Stabia no es como todo el mundo, mamá. Dice cosas tan serias, tan lindas... Sin embargo, no es tan viejo. Tiene veinte años.

-¿Cómo lo sabes?

-El me le dijo esta mañana porque yo le dije que tengo doce.

-Almorzarás en tu comedor, Bérangère.

-¡Oh, mamá!..

-Y, te prohibo que vuelvas a hablarme del Duque de Stabia.

-¿Ni cuando sea grande?

-Cuando seas grande no pensarás ya en él.

-¿Puede no pensar uno en Marco de Stabia mamita?

-Vete, hija mía anda a buscar a la señorita Margarita -dijo. precipitadamente la señora de Herquancy.

Un instante después, al sentarse en la mesa con su marido y el Duque, oyó que el primero decía jovialmente:

-¿Y bien?.. ¿sale ese retrato de nuestra señorita hija?

-No sale absolutamente -dijo Marco, con una sonrisa natural.

-¡Bah! Supongo que veremos lo que se ha hecho.

-Lo que se ha deshecho, más bien -respondió el joven. -Estaba tan descontento que hice pedazos el bosquejo.

-¡Imposible!

-Se lo aseguro.

-¡Qué lástima! Pero probará usted otra vez a cosa.

-Discúlpeme.

-Es una recompensa prometida a la chica.

-Pues bien, yo me encargaré de recompensarla -continuó Stabia. -Encontraré alguna otra cosa que dará más gusto a la señorita Bérangère que un retrato fracasado. La hija de usted es deliciosamente linda Conde. Para reproducir su gracia es menester más presunción de la que yo tengo.

El señor de Herquancy no insistió. Solo había visto en esto un capricho de niña que satisfacer. Las tentativas artísticas de Marco le eran indiferentes. Su único pesar fue no poder retener a su joven amigo después del almuerzo. Pretextando una cita urgente, el Duque se eclipsó en cuanto terminó la comida sin aceptar siquiera un cigarro.

 
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de Daniel Lesueur

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